El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe, la luz que los ilumina.
A muchos cristianos les parece demasiado complicado y prefieren dejarlo de lado, sin embargo es el fundamento de nuestra vida cristiana. Explicarlo no es que sea difícil, ¡es imposible!; precisamente porque es misterio. Pero esto no quiere decir que sea un mito o que no sea real. Seguramente nosotros tampoco sepamos explicar qué es la electricidad, pero todos sabemos que existe y sabemos utilizarla. Lo mismo que un niño puede conocer y tener gran familiaridad con su padre, aunque no sepa decir muchas cosas de él, nosotros podemos vivir también en una profunda familiaridad con el Padre, con Cristo, con el Espíritu y tener experiencia de estas Personas divinas. No sólo podemos: estamos llamados por Dios a ello en virtud de nuestro bautismo. No es un privilegio de algunos místicos.
Podemos conocer al Padre como Fuente y Origen de todo, Principio sin principio, Causa última y absoluta de la vida, que no depende de nada ni de nadie. El Hijo es engendrado por el Padre, recibe de Él todo su ser: por eso es Hijo; pero el Padre se da totalmente: por eso el Hijo es Dios, igual al Padre, de la misma naturaleza del Padre. Nada tiene el Hijo que no reciba del Padre; nada tiene el Padre que no comunique al Hijo. La personalidad el Hijo consiste precisamente en recibir todo del Padre; y el Hijo mira al Padre en un movimiento eterno de amor, gratitud y donación; y el Padre mira complacido al Hijo, su imagen perfecta, su expresión, su Verbo. Y ese abrazo eterno de amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, que procede de ambos. El Espíritu nos da a conocer a Cristo y al Padre y nos pone en relación con ellos.
Las Personas divinas viven como en un templo en el hombre que está en gracia. Estamos habitados por Dios. Nunca estamos solos. Las Tres divinas Personas viven en nosotros, nos conocen y nos aman; los Tres quieren vivificarnos y ser conocidos y amados por nosotros para mantener un continuo diálogo personal de amor. Somos templo suyo, templo vivo y habitado. Vivimos, nos movemos y existimos en el seno de la Trinidad; y los Tres habitan en nosotros por la gracia. ¿Se puede imaginar mayor familiaridad? Todo nuestro cuidado consiste en permanecer en esta unión vital y mantener esta conversación amistosa.
Mozart. In honorem Sanctissimae Trinitatis. Gloria
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