El futuro se construye en el presente
HOY, NO MAÑANA: EN NOMBRE DE LOS LIRIOS
Con la oreja arrimada al corazón de Dios y la mano al ritmo del mundo. Por otro lado, ¿qué si no debería hacer un maestro -ahora elevado al rango de Rabbí, el Nazareno- si no recordar al hombre su capacidad de infinito? Que al fin y al cabo es la principal de las preocupaciones, la que impide gustar incluso las pequeñas conquistas de lo cotidiano: provisionales, limitadas, pero motivo de tanta chispa de consolada consolación. Porque tantas cosas -la esencia del corazón, los espacios del ánimo, los ángulos de la esperanza- parecen ser incluso difíciles de saborear: “¿quién sabe cuánto durarán?” es la pregunta con la que les damos la bienvenida. Y así el presente se convierte en un exhaustivo seguimiento de lo que no hay, de lo que ha habido y de aquello que podrá ser o podremos tener. Que pide como crédito torpeza para saborear los pequeños instantes de lo cotidiano.
El próximo 27 de febrero, era el año 2013, se cumplen cuatro años de la última Audiencia General de los miércoles de Benedicto XVI. Después el silencio, orante, precioso. Fue un año en el que corrieron ríos de tinta sobre su renuncia. Alguna pluma se prodigó demasiado escarbando, rascando, sospechando. Como si sus escritos ayudaran a la santidad de la Iglesia. A mí me bastó la amable confidencia de Benedicto. Humilde, sencilla, celestial: “He pedido a Dios con insistencia en mi oración que me iluminase con su luz para poder tomar la decisión más justa, no para mi bien sino para el bien de la Iglesia (…) Amar a la Iglesia significa tener la valentía de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre ante uno el bien de la Iglesia y no el bien propio. No abandono la Cruz, permanezco en un modo nuevo junto al Santo Crucifijo”.
Mn. Francesc M. Espinar Comas