Dejando espacio a la adoración, coloreado por la música de algún villancico con olor a oveja, Él inicia su misión: no hay tiempo que perder aquí abajo en la tierra. Urge comenzar la construcción de un camino que reconduzca los pasos de los hombres hacia allí donde reina la nostalgia de una casa abandonada. Como uno de nosotros, esta mañana: también Él un hijo que hace las maletas y se aleja de casa. Y ellos dos, María de Nazaret y José hijo de David, como cualquier pareja de hoy en día, siguiendo el sueño de un Hijo que no encaja ya con sus sueños: “ellos no comprendieron sus palabras”. Un puñado de estrellas y algún que otro regalo que les llevaron los últimos de la historia, y ya entre las paredes de la casa de Nazaret se respira la crisis: “angustiados, te buscábamos”. Ni los santos entienden a los santos: perfectos padres en medio de la incomprensión de un Hijo para el cual ya le queda pequeña la puerta de casa. Son como profetas visitados por presencias angélicas; sin embargo ellos no entienden lo que está sucediendo en su vida de casados.
Y no obstante no se rinden, sabían que tenían que afrontar a un hijo diferente de los otros niños y piden explicaciones: ¿Por qué nos has hecho esto?
Preguntan con las mismas preguntas de las mujeres y los hombres de todos los tiempos: con ellos comparten la angustia de no entender la melancolía de la incomprensión, el hecho de que los hijos no son jamás hijos propios sino hijos de un cielo que pide espacio a un vientre para hacerles nacer para después dejarles libres para levantar el vuelo. En aquella petición de libertad entre los muros de Nazaret ellos interrogan -como es lícito que hagan- pero lo hacen con un diálogo tranquilo, sobrio y amoroso que da por hecho el recibir una respuesta incomprensible. Tal como sucederá en poco tiempo: “¿No sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi Padre?
Ellos preguntan y Él responde, con aquel tono amoroso y la inspiración de un Hijo que no se marcha por repudiar los afectos, sino para encender por doquier el sabor de la vida: escucha, pregunta y responde.
Y esa mañana de plena crisis en la familia de Nazaret se convierte en el alfabeto de la comunión para las casas de este mundo. Cada cual siguiendo la propia estrella: no se perderán porque en el fondo de ellos habita una profecía, quizás un fragmento de sueño. Y los sueños sólo son pequeños sueños y las revelaciones sólo pequeñas revelaciones. Porque ésta es la estrategia del Eterno en las pequeñas pruebas: hay la luz suficiente para dar el primer paso, la luz necesaria para la primera noche, la que basta para partir. Después Dios condenará el enfrentamiento: volverá junto a cada paso de la vida para asegurar que se custodia una profecía incluso en la crónica más negra. Incluso en medio de la oscuridad del Calvario.
Lo escribía Guareschi, en su “Diario clandestino” mientras permanecía internado en el lager de Sandbostel en el norte de Alemania:
“Señora Alemania, tú me has encerrado entre alambre de púas y haces guardia para que yo no salga. Es inútil, señora Alemania: yo no salgo pero entra quien quiere. Entran mis afectos, entran mis recuerdos. Y esto no es nada, señora Alemania: porque entra también el buen Dios y me enseña todas las cosas prohibidas por tus reglas.
Señora Alemania: tú rebuscas en mi bolsa y revuelves entre las pajas de mi camastro. Es inútil, señora Alemania: tú no puedes encontrar nada y en cambio allí están escondidos documentos de esencial importancia. Los planos de mi casa, mil imágenes de mi pasado, el proyecto de mi futuro.
Y esto no es nada, señora Alemania: Porque hay un gran mapa topográfico a escala 25.000 en el cual está señalado, con extrema precisión, el punto en el que podré reencontrar la fe en la justicia divina.
Lo escribía Guareschi, en su “Diario clandestino” mientras permanecía internado en el lager de Sandbostel en el norte de Alemania:
“Señora Alemania, tú me has encerrado entre alambre de púas y haces guardia para que yo no salga. Es inútil, señora Alemania: yo no salgo pero entra quien quiere. Entran mis afectos, entran mis recuerdos. Y esto no es nada, señora Alemania: porque entra también el buen Dios y me enseña todas las cosas prohibidas por tus reglas.
Señora Alemania: tú rebuscas en mi bolsa y revuelves entre las pajas de mi camastro. Es inútil, señora Alemania: tú no puedes encontrar nada y en cambio allí están escondidos documentos de esencial importancia. Los planos de mi casa, mil imágenes de mi pasado, el proyecto de mi futuro.
Y esto no es nada, señora Alemania: Porque hay un gran mapa topográfico a escala 25.000 en el cual está señalado, con extrema precisión, el punto en el que podré reencontrar la fe en la justicia divina.
Señora Alemania, tú te inquietas conmigo, pero es inútil. Porque el día en el que presa de la ira harás alboroto con alguna de tus mil máquinas y me echarás al suelo, verás que de mi cuerpo inmóvil se levantará otro “yo”, más hermoso que el primero. Y no podrás ponerle una placa al cuello porque volará alto, más allá de la alambrada. Y si te he visto no me acuerdo.
El hombre está hecho así, señora Alemania: por fuera es una cosa muy fácil de controlar, pero dentro hay otro y únicamente lo controla el Padre Eterno. Y ésta es la jugarreta para ti, señora Alemania” (Diario Clandestino de Giovanni Guareschi)
El Niño y los suyos: el tiempo para intercambiarse una mirada recíproca y vuelven juntos a Nazaret. De la misma manera que juntos fueron a Jerusalén y juntos habían buscado al Hijo. Porque en la Escritura nos perdemos juntos y juntos nos encontramos: es siempre juntos que se abre el camino de la salvación. También Él, sin mueca de disgusto alguna “les estaba sometido”. Como todos los hijos de este mundo: treinta años para aprender el silencioso arte de convertirse en hombre, tres decenios de silencioso aprendizaje y de fiel pertenencia al linaje de papá. Seis lustros sin ningún acontecimiento prodigioso: un día allí obrará a regañadientes los milagros, siempre fuente de ambiguo reconocimiento y de alabanzas que le trastornarán. Él “crecía en sabiduría, edad y gracia, Ella “conservaba todas las cosas en el corazón”. Dos verbos en pretérito imperfecto: el largo tiempo de la espera y de las ansias y congojas, de las preguntas y de las partes, de los misterios y de la Cruz.
En Nazaret vive lo cotidiano, en Jerusalén el Eterno: las cosas de Dios y las de la gente, las crónicas domésticas y el respiro de la Historia en mayúsculas, los treinta años de silencio y los tres de palabras sensatas. Dios también vivió entre platos, lavandería y reproches: y no hizo nada para evitarlos. Convencido como estaba de que nada de lo de aquí podía ser obstáculo en la ruta hacia el cielo.
Mn. Francesc M. Espinar Comas