lunes, 29 de noviembre de 2021

El Misterio infinito dilata lo finito


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En los últimos decenios, los fieles que van a misa advierten en muchos lugares cómo se ha puesto de moda dedicar casi cada domingo a una intención, a un problema, a una categoría de personas, a un acontecimiento de trascendencia importante para la vida de la comunidad cristiana. Esta tendencia hace que la pureza lineal del año litúrgico desaparezca tras los nobles intereses del momento. La consecuencia es que la fuerza pedagógica de la Liturgia se diluye ante la necesidad de sensibilizar, de formar, de ayudar, en una palabra, de comprometer a la comunidad con las urgencias del momento. Quizás ha llegado el momento de volver a la esencialidad de la Liturgia para redescubrir la belleza y el papel insustituible en la formación de la personalidad del creyente y de la comunidad. 

Iniciando el año litúrgico con el primer domingo de Adviento, a pesar de la crisis económica que se cierne sobre nuestra sociedad, las calles se llenan de luces atractivas, para que a pesar de todo, la Navidad consumista no se apague. Hoy más que nunca la comunidad creyente, convertida sociológicamente en minoría, tiene la posibilidad de redescubrir la riqueza de aquello que posee como un regalo para vivir y disfrutarlo. ¿Qué puede significar el inicio del año litúrgico para un mundo globalizado en busca de reorganización, gobernado por las leyes del mercado y las finanzas, en el cual toda ideología se ha disuelto, toda certeza y todo valor ético se ha relativizado? ¿Únicamente queda la nostalgia de una improbable “Blanca Navidad”, esperando que baje del cielo un romántico “latido de amor”? ¿Sólo subsiste un susurro de ternura que por unos momentos reúna en torno al pesebre, o peor aún, alrededor de un opíparo banquete, a una familia cuyos ritmos de vida normalmente están marcados por compromisos urgentes que tienden a relativizar las relaciones personales? 
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La liturgia vuelve a proponer el inicio del ciclo litúrgico, el Adviento: la comunidad creyente no puede eximirse de interrogarse sobre la pregunta fundamental, en el sentido antes expresado, si no quiere acabar únicamente continuando de manera cansina la Navidad en sus aspectos folclóricos. El Concilio Vaticano II se inició justamente con la reforma litúrgica auspiciando que la Iglesia “viviendo su propia fe, celebrase el misterio y celebrándolo, lo viviese”. La liturgia es pues la memoria viva del Misterio de Cristo. Hoy para nosotros todo comienza por aquí: por la fe en que creemos y que celebrando vivimos. Todo adquiere sentido según la seriedad de nuestra fe: “es tiempo de despertarse del sueño” escribe san Pablo a los Romanos. Hoy, las circunstancias de la vida nos estimulan a descubrir la frescura de la fe despertándola del letargo con el que corremos el riesgo de entumecerla. 

 

¡El inicio del año litúrgico es sobre todo un despertar, un abrir los ojos, la mente y el corazón porque la vida renace! Pero es el despertar a una luz que viene de lo alto, el renacimiento del regalo de una vida que regenera el mundo: la experiencia de la fe no es una ideología, ni una ética: sino un encuentro con una persona, Jesucristo. La liturgia introduce al creyente en este encuentro personal y lo conduce, en el curso del año litúrgico, a la transformación de la vida en Cristo, no sólo por su imitación, sino por la fuerza moral de la presencia activa del mismo Cristo.

 

La liturgia es el centro de la experiencia de la fe en Cristo, el Hijo de Dios que en Jesús de Nazaret se hizo carne del hombre, nacido de una mujer, hasta compartir la muerte y la debilidad humana para que resucitase de nuevo en la plenitud de la vida del Padre. En su encarnación y en su pasión y resurrección, apareció todo el Amor de Dios para el hombre frágil, débil y pecador.  El mal y la muerte no son el término de la aventura del hombre y del mundo: el punto más oscuro de la fragilidad, de la aniquilación, de la falta de sentido, se convierten en el triunfo de la vida y del Amor.

 

Con la muerte de Jesús en la cruz, irrumpe  en el mundo el amor que vence a la muerte: la vida renace. Y todo se ilumina: todo lo que el hombre construye tiene sentido, no como tentativa ilusoria de ponerse las alas con que ser capaz de ir más allá de su límite, sino como una expresión de su irrefrenable y cada vez mayor necesidad de un espacio abierto al amor: las alas que el hombre quiere construirse, son un regalo concedido sólo cuando cree que su pequeña vida es un don infinito inagotable.

 

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El año litúrgico es la irrupción del Eterno, del Infinito en el tiempo; del sentido de aquello que parece no tenerlo: en la cotidianidad de nuestras experiencias, con las alegrías y esperanzas, las decepciones y las tristezas, está presente la luz, la fuerza y el amor de Cristo. 

 

En Adviento la Iglesia retoma el camino de la fe, dentro de la historia, con la certeza de una luz que la ilumina y una fuerza que la salva. Y aquí reside el desafío: no puede dar por descontado lo que para la humanidad de hoy ya no lo es. No es posible que la humanidad toda entera no participe hasta desde la raíz de la situación en la que el hombre de hoy vive. Y eso si no quiere que la experiencia litúrgica sea sólo una formalidad que sobrevive como una agotada añoranza del pasado. 

 

El hombre, hasta esta época, jamás se había buscado a sí mismo fuera del marco misterioso y trascendente de una alteridad. La nuestra es la primera civilización en la que el ser humano busca la manera de construirse con sus mismas manos y a la luz de una desmedida conciencia de sí mismo. Quizás ese extremo sueño de emancipación es la nueva manera en la que el hombre de hoy hace presente la arrogancia y la ingenuidad del primer hombre del que habla la Biblia. Toda conciencia humana, también la del creyente, no puede dejar de experimentar malestar.

 

El Adviento significa vivir la expectativa de Aquel que entra en la vida de la humanidad convencida de su autosuficiencia: hoy quizás significa el deseo que Dios tiene de convencer a los hombres de que sin su amor no es posible una vida fraterna.

 

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El creyente sabe que está expuesto a la tentación psicológica de sentirse diferente del mundo, de rechazar la modernidad envuelto en la neblina de las formas religiosas del pasado, adaptando, traduciendo de este modo la conciencia moderna de autosuficiencia. Vivir la  espera significa para el hombre de hoy en día, un instante de fe pura: en medio del rugido de su poder hacer silencio para percibir si le basta todo lo que ha logrado realizar por sí mismo.  Y si no ha borrado la necesidad de un sentido, de un amor, para dejar irrumpir en él la presencia de un Otro que le da el sabor de la vida que le revela que todo es bello y bueno, sólo si todo es un signo del amor que el Padre desea sea compartido por los hermanos. 

 

Dios, Jesucristo Hijo de Dios, el hombre y la mujer, la vida, la muerte, el mundo. Entonces todo nos interpela, todo lo que ahora parece haberse desvanecido, renace. La comunidad creyente comienza el Adviento: el misterio infinito involucra lo finito. La fe es el valor para continuar el viaje, siempre nuevo: el hombre que cierra sus horizontes, porque se engaña creyéndose señor de sí mismo, es limitado. Si continúa sintiéndose frágil, experimenta la venida de Aquel que le dilata la vida hasta el infinito. 

domingo, 28 de noviembre de 2021

Semana del 29 de noviembre al 5 de diciembre

 


Dena

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 20:00 horas.

Lunes: Por Clotilde García Fariña, esposo, hija y nieta. Comienza la novena a la inmaculada Concepción de María, sobre las 19:45 Rosario, Novena y Misa.

Martes: Por Julio Varela y Carmela Roo. José Castro Minguillo y difuntos de la familia.

Miércoles: Por Aurora, Domingo y Manuela.

Jueves: Por la Parroquia.

Viernes: Por Palmira Dozo Fontán. A las 20:30 Reunión de Catequistas.

Sábado: Por José Fernández Gondar. Cándida Pérez Vilar y esposo Manuel.

Domingo: Primera a las 9:00 por Aurora Ínsua Camaño, Lolita Camaño y difuntos de la familia. Isabel Martínez Acuña. Segunda a las 12:30 por Juan y Parisina; Maruja y Pepe. Margarita Garrido Limeres, esposo e hijo; Elvira Touriño Pombo y esposo. Diamar Domínguez Varela y esposo Manuel.

 

 

Villalonga

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 19:00 horas

Martes: Por Antonio Estévez González.

Viernes: A las 18:00 primer Aniversario de Elisa Buezas Bouzada.

Sábado: Por Juan López Piñeiro y esposa Rosa; Mercedes Afonso Moldes; Mercedes Afonso Moldes; Manuel Roel Eires.

Domingo: Primera a las 10:30 por Divina González Dadín y difuntos de la familia. Delvina Miguez Fernández, padres y difuntos de la familia. Segunda a las 11:30 por la Parroquia.

domingo, 21 de noviembre de 2021

La realeza de Cristo es plenitud de lo humano

 

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Dos hombres, Pilatos y Jesús, uno frente al otro. La comparación de dos poderes opuestos: Pilatos rodeado de legionarios armados e hipotecado por sus miedos. Jesús, libre y desarmado, depende sólo de lo que cree. Un poder se funda en las armas y de la fuerza, el otro en la fuerza de la verdad. ¿Quién de los dos hombres es más libre y más hombre? Es libre quien depende únicamente de lo que ama. A quien la verdad ha hecho libre, sin máscaras ni miedos, hombre real.  
¿Así pues tú eres rey? -Sin embargo mi reino no es de este mundo. 
 
Jesucristo enfatiza la diferencia cristiana tantas veces explicada a los discípulos: vosotros estáis en el mundo pero no sois del mundo. Los grandes y poderosos de la tierra dominan e imponen, entre vosotros no sea así. Su reino es diferente no porque mire al más allá, sino porque propone la transformación de este mundo. Los reyes de la tierra combaten y se enfrentan entre sí, mis servidores hubieran combatido por Mí: el poder de aquí tiene el alma de la guerra, se nutre de la violencia. En cambio Jesús nunca ha contratado a mercenarios, jamás ha alistado ejércitos, nunca ha entrado en los palacios de los poderosos, sino como prisionero. “Enfunda la espada” ha dicho a Pedro; si no, la razón será siempre la del más fuerte, del más violento, del más cruel. Donde se hace violencia, donde se abusa, donde el poder, el dinero y el “yo” son agresivos y voraces. Jesús dice: no pasa por aquí mi reino.
 
Los servidores del rey combaten por sus señores. ¡En su reino no! Más bien el rey se hace servidor de los suyos: no he venido para ser servido sino para servir. Un rey que no destroza a nadie, se inmola Él. No derrama sangre de nadie, derrama su sangre, se sacrifica a sí mismo por sus servidores.
 
Pilatos no puede comprender, queda limitado por la afirmación de Jesús: yo soy rey, y con ello confecciona el título de su condena, aquella irrisoria inscripción para clavar en la cruz: ¡Este es el rey de los judíos! Que yo he derrotado, debe pensar. Y ha sido profeta involuntario: porque el rey es visible justo allí, en la cruz, con los brazos abiertos, donde el otro cuenta más que tu propia vida, donde se da todo y no se toma nada. Donde se muere amando obstinadamente. Este es el modo real de habitar la tierra, cuidando de ella. 
 
Poco después de este diálogo Pilatos sale fuera con Jesús y lo presenta a la muchedumbre: he aquí el hombre. Asomado al balcón de la plaza, al balcón del universo, lo presenta a la humanidad. Ecce homo. El hombre más verdadero, el más auténtico de los hombres. El rey. Libre como nadie, amor como nadie, verdadero como nadie. La realeza de Cristo no es poder sino plenitud de lo humano, incremento de vida, intensificación de humanidad: “El Reino de Dios vendrá con el florecer de la vida en todas sus formas” (Giovanni Vanucci, O.S.M) «il Regno di Dio verrà con il fiorire della vita in tutte le sue forme».
 
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Es necesario que Cristo reine en este nuestro mundo, a pesar de que su reino no es de este mundo. Sabemos perfectamente lo que da de sí que sea el mundo quien reina en nosotros; y sabemos muy bien cuánto ganamos en bondad si es Cristo quien reina en nosotros. No está en nuestra mano conseguir que Cristo reine en el mundo, pero sí que lo está que reine en nuestras vidas. Y como el mundo lo hacemos entre todos, hagámoslo bueno siendo nosotros buenos. 
 
Como decía santa Teresa, “seamos tú y yo buenos, y habrá en el mundo dos pillos menos”. Ése es el reinado de Cristo que está a nuestro alcance. Abrámosle pues las puertas a su reinado en el mundo a través de nuestro corazón. Y reinaremos con Él, y Él reinará con nosotros. Es la bellísima manera de ganarnos el cielo: conseguir que la gente diga de nosotros: “es un cielo”, y hacer que todo nuestro entorno se parezca todo lo posible al cielo al que aspiramos.       

Semana del 22 al 23 de noviembre.


Dena

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 20:00 horas.

Lunes: No habrá Misa.

Martes: Por Valentín Padín Camaño y Dolores Arosa Méndez.

Miércoles: No habrá Misa.

Jueves: Por Robustiano Fariña Dopazo. José Dopazo González.

Viernes: Ángel Santamaría Domínguez, a intención de la Asociación de la Virgen del Carmen.

Sábado: Por Carmen Padín Vázquez. Por la Parroquia.

Domingo: Primera a las 9:00 por Elisa Padín Carballa. Segunda a las 12:30 por Diego Domínguez Blanco, María del Carmen, Mercedes y Miguel Ángel Blanco Míguez.

 

Villalonga

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 19:00 horas.

Jueves: Por José Manuel Chan; Ángela Meis Lorenzo.

Sábado: Por Manuel Carmona y esposa Carmen. Juan Domínguez Barreiro.

Domingo: Primera a las 10:30 por Lola de Camiña; Manuel Torres Torres. Segunda a las 11:30 por la Parroquia.


domingo, 14 de noviembre de 2021

Invitados a poner un broche de oro a nuestra vida

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Este domingo es el último en el que leeremos el evangelio de San Marcos. El fragmento, que hoy habla sobre la crisis y al mismo tiempo sobre la esperanza, no profetiza tanto sobre el fin del mundo como sobre el significado del mundo.
La primera verdad es que el mundo es frágil: “en aquellos días el sol se oscurecerá, la luna no reflejará ya su luz, las estrellas caerán del cielo”. Y no sólo el sol, la luna y las estrellas sino también las instituciones, la sociedad, la economía, la familia y nuestra misma vida son muy frágiles.
 
Pero la segunda verdad es que cada día hay un mundo que muere, pero cada día hay un mundo que nace. Caen muchos puntos de referencia, viejas cosas son quebradas y fracturadas: costumbres, lenguajes, comportamientos, pero hay también aromas de nuevas primaveras. La esperanza tiene la imagen de las primeras hojitas de higuera: “Aprended de la higuera, cuando brotan las hojas, sabed que el verano está cerca”.

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En medio de la fragilidad dramática de la historia podemos intuir cómo salir de la oscuridad de la noche a la luz, tal como sucede en los dolores del parto, como en el paso de la primavera al verano. Bien venidas las sorpresas de la primavera que desmantelan todo aquello que merece ser borrado. ¡Cuánto morir para que la vida nazca! decía el sacerdote rosminiano y poeta Clemente Rébora (1885-1957) “Sia´m la mort una major naixença” (Séame la muerte un nacimiento en grande.) afirmaba en su Canto Espiritual nuestro gran poeta Joan Maragall. Pero después se trata de reconstruir basándonos en dos puntos fuertes.
 
El primero: “cuando veáis estas cosas sabed que Él está cerca, que el Señor viene”. Nuestra fuerza es que "Dios no ha cerrado su corazón y su camino pasa todavía por  nuestro mar de Éxodo, inquieto mar, mar profundo, aunque no vemos sus pasos. (Salmo 77,20).     De nosotros se espera que secundemos su creación. Como un barco que no se angustia por la ruta porque tiene a su favor el viento de la vida.

El segundo  es nuestra propia fragilidad. Debido a su fragilidad, el hombre busca apoyo, busca vínculos y amor. Somos tan frágiles que necesitamos del otro. Y es apoyando una fragilidad sobre otra cómo sostenemos al mundo. 
Dios está dentro de nuestra búsqueda de apoyos, se hace presente a través de las personas que amamos. "Toda carne está empapada de alma y húmeda de Dios"  afirmaba  el gran intelectual cristiano  Jean Bastaire (1927-2013).  Nuestras familias  y amigos son el lenguaje de Dios, la catequesis diaria, el toque de su presencia y sacramento de su gracia.
 
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El profeta Daniel amplía la visión: "Los justos, sabios y santos (los doctos) brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.”  Junto a mí, detrás de mí, desde mil lugares suben a la casa de la luz.  Son todos aquellos que me inducen, que me arrastran, a mí y a todo el mundo,  para sea más justo, más libre y santo.
 
Ellos son como las estrellas, muchos. Nos fijamos en ellos para no perder las oportunidades de nuestro tiempo. Para que no se disipe el tesoro de bondad de nuestro tiempo; el tesoro que germina y brota, como las hojas de la primavera, en cada uno de nuestros hogares.
 
Estamos en el último domingo del año litúrgico antes de la fiesta de Cristo Rey. Toda la liturgia de hoy nos propone una reflexión de la que os propongo  tres pistas:
 
1. Todos estamos esperando el cumplimiento de una meta. Toda nuestra vida se encuentra en espera de plenitud. Es por ello que muchas veces nunca estamos contentos del todo  con lo que somos, nos gustaría algo más y mejor.
 
Nuestro objetivo debe ser el poner un broche de oro, un final digno a nuestra vida, un significado más preciso. Y para ello ¡cuántos golpes y cuántas veces experimentamos la oscuridad dentro de nosotros! Pero llegará un día en que podremos ver al Hijo del Hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria. 
 
2. Es en medio a las dificultades de la vida cuando soñamos con un mundo futuro diferente. Hay muchos signos que nos rodean y que nos invitan a disfrutar de la vida porque esta es hermosa. Pero eso no lo podemos gustar de inmediato, podemos vivirlo únicamente como una esperanza futura. Jesús no vendrá  tanto para juzgar negativamente a las personas como  para salvar a sus escogidos, a mostrarnos un camino verdadero que  sin embargo no acabaremos de recorrer totalmente en esta vida. 
 
3. Finalmente pienso en  la cantidad de palabras que desperdiciamos en vano. Palabras que duelen, que son duras como una piedra, o tal vez  palabras que pronunciamos sin pensar. Sólo la Palabra de Jesús da sentido a nuestra vida, a nuestro crecimiento, ya que nos da la vida eterna, una palabra que nunca se apaga.
 
Es por ello que todos los días estamos llamados a meditar sobre el evangelio. De esta manera aprenderemos a utilizar menos palabras, para poner en el centro a la Palabra. Que el Señor pueda siempre iluminar nuestra vida para hacernos disfrutar de la riqueza de estar aquí, para vivir una vida completa al máximo, con la mirada puesta en la eternidad de allí que nos espera. Os deseo un buen domingo.

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Semana del 15 al 21 de noviembre

 Dena

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 20:00 horas.

Lunes: Por Rufino Santamaría Castro.

Martes: Por Consuelo Fariña Lojo y Marcelina Domínguez Varela, a intención de una amiga.

Miércoles: Por Manuel Vázquez Carneiro y Sebastiana Pérez Lamelas.

Jueves: Por Elvira Camiña Padín.

Viernes: Por Julio, Manuela y difuntos de la familia.

Sábado: Por Antonio Prieto Pillado y esposa Luisa. Obligaciones del Celebrante.

Domingo: Primera a las 9:00 por la Parroquia. Segunda a las 12:30 por los participantes.

 

Villalonga

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 19:00 horas.

Martes: Por Albino Estévez Chan y esposa Carmen; Manuel Fernández Fernández; Celia Padín Castro, Luis Padín Rey, de Piñeiros.

Jueves: Por Luis y Peregrina Méndez Muñiz, de Rouxique.

Sábado: Por Tito Torres Otero. Aurora Fernández Leiro y esposo Francisco de Rouxique.

Domingo: Primera a las 10:30 por Remigia Troncoso Piñeiro y esposo Jacinto, Maruja de Caneda; Manuel Salgueiro Álvarez. Segunda a las 11:30 por la Parroquia.

domingo, 7 de noviembre de 2021

PREMIADA POR EXCESO DE VELOCIDAD

 



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Aquellos que son considerados “grandes” tienen la capacidad atractiva de arrastrar a las masas, quizás para después mostrarse decadentes a nivel personal, en el “cara a cara”. Concentrados en los grandes proyectos, les gustan las multitudes que llenan las plazas, no las personas humildes con sus pequeños problemas. Los grandes no buscan confidencias y amistad sino fidelidad y obediencia. También en este nivel el Señor Jesús es una excepción: arrastra multitudes, seduce los corazones; pero cuando todos están pendientes de sus labios, desvela una atención puntual por las personas. “Y vio una pobre viuda que echó dos monedas” En medio de la multitud dirigió su mirada hacia la honrosa pobreza de aquella mujer. El Evangelio está lleno de hombres y mujeres que después de haberle encontrado ya no son ellos mismos, son transformados, cambian radicalmente de vida. 
 
Sentado frente al tesoro del Templo, Jesús observa como tantos ricos tiran tantas monedas: gente maravillosa verdaderamente. Jesús entonces llama a sus discípulos para decirles: ¿veis? Aquella pobre viuda ha dado más que todos los demás, porque lo mucho de los otros es lo superfluo, mientras aquel “poco” es todo cuanto tenía para vivir. Quizás aquella pobre viuda no sabía siquiera quién era Jesús; pero algo en ella la llevaba a estar más cerca de su mensaje: al fin y al cabo no muy diferente de aquellos que los escribas y fariseos le habían enseñado. Probablemente los había saludado un poco antes con suma gratitud por este motivo mientras a ella, aquellos le habían devorado la casa. La viuda ponía en práctica lo que ellos, profesionales de lo sagrado, dispensaban con hipocresía. Tampoco la viuda de Sarepta lo tenía fácil: apenas un puñado de harina en la vasija y un poco de aceite en la alcuza. Nada más para alimentarse ella y su hijo aquel día. Comerían y después quién sabe. Quizá solo les esperaba la muerte. Y sin embargo, con rapidez se muestra dispuesta a obedecer al profeta Elías, que pide para él ese poco a cambio de una prometida abundancia casi inaudita.

Jesús el Señor estaba enamorado de la belleza porque como ningún otro sabía que Dios ha creado el mundo y sobre todo a los hombres y mujeres, para darnos su belleza. Por eso su belleza ha sido un compromiso para recuperar la belleza ofuscada, amenazada, borrada por la enfermedad, la invalidez, la marginación, la muerte, el pecado.
 
Era un ojeador o cazatalentos especializado en encontrar los gestos de belleza y de sinceridad escondidos en el montón de la vulgaridad, de la banalidad, de la falsedad. Entre los ricachones barrigones y vanidosos que presumen de las ofrendas entregadas en el Templo, descubre a la pobre viuda y señalándola a todos, les subraya que callada y discretamente ha entregado aquellas dos monedas. Este es el Jesús del Evangelio que nos quieren robar: el hombre fuerte, libre, batallador pero tierno y amante de la belleza. Quien se enamora de estos trazos sentirá un fuerte deseo de amarlo y de seguirlo para aprender a mirar al mundo con sus ojos; hará lo imposible  por tener una vida bella y se dedicará a recuperar la belleza de todo lo que la oculta y la desfigura.
 
¿Cómo llevarlo a cabo? El secreto está escondido en las manos de aquella viuda: podemos jugar con la fe o jugárnosla en la fe. Los escriban juegan, la viuda se la juega. Los escribas, primos hermanos de los fariseos, saben todo de la religión, juegan con su sabiduría, se arrogan el derecho de llamar pobres desgraciados a los que cojeando están escribiendo su historia. La viuda, al contrario, pone en la balanza toda su vida y habiendo dado todo lo que tiene, se juega todo lo que es: a Dios, con mano humilde y ligera,  le da sus monedas, su pequeña ofrenda, sus poquísimos talentos. Y como son poca cosa los deposita con delicadeza de mujer en la caja de las ofrendas. Echándolas, vacía su vida, abre su corazón, se juega todo por el todo. Esta viuda incómoda, justo lo contrario del joven rico. De él los evangelios nos transmiten la tristeza de su rostro en el momento del rechazo, aunque conocía y observaba todos los mandamientos. La viuda se pone a colaborar con Dios inmediatamente, desacreditando los cálculos notariales de los que la rodean.
 
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Me miro al espejo y esta mujer -viuda, pobre y quizás muy poco seductora- me adelanta por la escuadra. Corre demasiado deprisa y fuera de los límites de velocidad. Habría que multarla, pero está prohibido, porque ésa es la autopista del Evangelio y los criterios de velocidad son los opuestos. O corres, o la vida te retira el permiso de conducir. Esa velocidad me da miedo porque me está gritando que los sueños de Dios no aceptan cálculos, me piden romper mi historia, acelerar los tiempos, y que no me avergüence de mi parquedad. Me recuerda que no se puede ser fiel sin riesgos. Por otra parte también Dios se arriesga hoy invirtiendo en mí.