domingo, 22 de octubre de 2023

Sólo caretas desenmascaradas

 


Su vida había sido toda ella una trampa, un tenderle trampas: trampas en las que después han caído los que se las pusieron. La inaudita incomodidad de quien se encontró con Él. Tanto es así, que en sus años de vida terrena, Dios -en las semblanzas de Jesús el Señor- cuando se ha visto obligado a polemizar o discutir animadamente, nunca lo ha hecho con hombres o mujeres alejados de la fe o pecadores públicos. No: los momentos más álgidos de su Divina Vehemencia, los ha reservado a los profesionales de la religión. Aquellos que generación tras generación, pasan su tiempo jugueteando con su idea de Dios y acaban por hacer de aquella idea la imagen misma de Dios. Del Dios que no es Dios, sino como mucho su caricatura. Profesionales de la caricatura cara a cara con el Hombre de la autenticidad.

En resumen, tramposos que “celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en sus discursos”; en una palabra, un plan para cazar a Jesús con alguna pregunta. Celebraron consejo: no es fácil aguantar solos el peso de aquellas palabras mastodónticas, de aquellos gestos sorprendentes, de aquella Presencia cuanto menos embarazosa. Aunque no fueron los primeros. Únicamente una de las tantas camarillas que se hospedan en los evangelios: como Lucifer en los primeros días de las tentaciones en el desierto (aunque aquella vez huyó con el rabo entre las piernas), como el círculo de ancianos en torno a aquella mujer sorprendida en adulterio (aquella vez marcharon todos, empezando por los más viejos), como al pie de la Cruz donde los que le tentaron fueron aquellos que quizás se habían imaginado poder ser Dios.

Ni siquiera esa vez cedió a la tentación de mostrarse verdaderamente como era, es decir, Dios. Les dejó la libertad de permanecer incrédulos, obnubilados, dispuestos a todo para no ceder a la Belleza. Aquella belleza que los desenmascara una vez más, por enésima vez: “Hipócritas ¿por qué queréis ponerme a prueba?” ¿Por qué me tentáis? Que es una forma elegante y señorial de descubrirles su verdadera esencia: falsos, que no sois otra cosa; queréis tentarme, farsantes teatreros. Y presentándole la moneda le muestran el rostro de César y desenmascaran lo que son: gentuza sólo dispuesta a seguir a Mammona y a tender trampas a Cristo. El Cristo de las sorpresas, el inaudito: el Cristo sólo espiado dentro de la cotidiana existencia. Caretas desenmascaradas: una aguja y el globo explota: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” Nada más y nada menos. A César le corresponden las cosas: dadle lo que le corresponde.


Cristo estará feliz. Porque el hombre no vive de las cosas sino del sentido en sí escondido. De la inmensidad que estas indican. A Dios dadle lo que corresponde a Dios: el sentido de las cosas, la belleza de los lazos. El nacer, el morir, el amor, la esperanza, el deseo. Lo que se busca, después de haber devuelto a los césares de cualquier tiempo y lugar, no son días mejores, sino hombres y mujeres que conviertan en mejores nuestros días. Esta es la verdadera religión del Hombre de Nazaret: la religión no es necesariamente una cosa buena. Aquella vez en el Gólgota Dios fue asesinado en nombre de Dios. Una religiosidad que al manifestar el vértice de su fuerza desveló el ser una farsa. Ciertas exasperaciones de la religión, se han mostrado y se muestran inhumanas en su misma esencia.

Siervos del Reino: este es el dar a Dios lo que le corresponde. Esclavos de ningún César. Hombres que levantan la cabeza sin perder la cara: voces inauditas dentro del teatro de la historia, hombres respetables pero rodeados de Gracia. Por otra parte en las páginas del evangelio la gran decisión siempre ha sido la misma: aquella que hizo caer en la trampa a los fariseos en la misma trampa ingeniada por ellos: decidir cómo se quiere ser. Porque antes de ser yo mismo debo comprender quién soy yo. Es de una lógica anterior a Cristo mismo. Aquella lógica que en resumidas cuentas desenmascara a los ilógicos constructores de trampas. Entrampándolos.

No hay comentarios: