domingo, 1 de octubre de 2023

Este Dios que nunca se cansa de organizar fiestas

 


Un Dios experto en fiestas: así nos lo esbozan algunas entre las más sublimes páginas de los evangelios. Desde Nazaret -que fue la anticipación y preludio de toda esta fiesta- hasta la mañana de Pascua, la vida del Hombre de Nazaret no fue otra cosa que un eterno festejar. De hecho, ¿cómo podía obrar de otra manera un Dios que en los caminos de aquí abajo quería anticipar las rutas de allá arriba? Aún más: como lo haría un Dios que en la complicada sucesión de los días se había metido en la cabeza el enseñar a los hombres a prepararse el futuro. 

Hizo fiesta: cuando las fiestas no las organizó Él en primera persona, demostró encontrarse a gusto. Como en Caná de Galilea, añadiendo siempre algo de su parte. Cuando fue Él el organizador, demostró una capacidad sorprendente: en ninguna de las fiestas narradas por los evangelios nadie se lamentó de haberse aburrido. Quien se lamentó lo hizo por haber perdido la oportunidad de tener cita con la Belleza.


Por otra parte en los evangelios no importa ir deprisa o despacio: lo importante es acudir cuando empieza la fiesta, cuando llega el Esposo, cuando se inicia el baile. Entre todas las posibilidades a disposición, escogió la fiesta como paradigma y anticipación de lo que será. El subtitulo de su biografía podría ser: “Que ninguna casa se quede sin la fiesta del corazón”. De los evangelios que son su biografía autorizada (aunque sabemos que no lo son como las biografías mundanas, que son más que una biografía, que son otra cosa…) Lo que quizás no calculó -o lo hizo tan maravillosamente que se mostró ingenuo para no hacer quedar mal a nadie- es que a veces los hombres no aman la fiesta. Parece que les interesa todo menos la fiesta. Su campo, sus negocios...Y los envidiosos y malvados que cogieron a sus siervos, los insultaron y mataron. Verdaderamente extraños los hombres: los invitas a una fiesta -que es la imagen de la máxima alegría- y éstos se niegan, encuentran cosas mejores que hacer. Parecen estar demasiado ocupados para dedicar un tiempo a vivir de verdad. ¿No debería ser la vida la ocupación más urgente bajo la bóveda del cielo? Los evangelios no dicen por qué: en sus páginas únicamente dejan entrever la terrible sospecha de que los buenos, a veces no tienen mucha fantasía. Una sospecha que nos concede una licencia: la de imaginar que aquellos incapaces de hacer fiesta tuviesen en su imaginación una idea equivocada del festejar de Dios. Que fuese una fiesta corriente, aburrida, una pérdida de tiempo y no propia de gente creativa y fashion. El evangelio calla: y en su silencio encuentran cobijo mil posibilidades diversas, al alcance de todos aquellos que tienen miedo a hacer fiesta.


El Evangelio se apresura a precisar una cosa: “La fiesta estaba preparada, pero los invitados no eran dignos. Id a las encrucijadas de los caminos, y a todos aquellos que encontrareis, llamadlos a las bodas”. Ninguna distinción: todos están invitados. He aquí el Dios que sabe organizar fiestas como ningún otro: al primer rechazo no cambia la fecha, no reduce sus expectativas, no recorta su entusiasmo. Lo dobla: del “muchos” invitados pasa al “todos”. Exagera hasta el límite: quien participó en sus fiestas, asegura que no existió jamás grandeza sin exageración. Quizás por ello nunca nadie fue excluido de sus banquetes: ni los malvados que, mira por dónde, la mayoría de veces serán los primeros en verse impactados por su premura. No porque necesite compensar nada, sino para ser verdaderamente Dios. El Dios de las sorpresas y las intrigas: el Dios del compromiso que asombra. No porque quiera pasar a la historia como el Dios de las juergas: en el evangelio, una cosa es hacer juerga y otra cosa es hacer fiesta. Aquella fiesta que, en la parte trasera del salón de fiestas, un día no tendrá jamás fin. En pocas palabras, parece un Dios obligado a la fiesta: porque es difícil hablar del Paraíso con imágines sacadas de la ordinaria cotidianidad. Por eso no siempre es fácil lidiar con hombres y mujeres tan atareados en lo cotidiano y fascinados por tantas quimeras que no gozan con el sentarse a la fiesta. Por otra parte el Paraíso es una posibilidad, no una orden.

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