En el nombre del Padre comienza el signo de la cruz. En el nombre de la Madre comienza el signo de la vida. En nombre de la Paz comienza el Año Nuevo. Y comienza con una mirada inédita, bajo el signo de los pastores que “fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”
Ellos, recostados escrutando las constelaciones y las galaxias, se pusieron en pie y fueron corriendo. Todo el día buscando los pastos más propicios, conquistando etapas en el desierto, olfateando el olor de la lluvia y la reverberación de la tierra próxima al despertar. Sus oídos son como pozos en los que bajan y suben los cubos vacíos para llenar, preguntas y respuestas vacías y llenas.
Después -tras noches contando ovejas y chispas- la sorpresa. La gran sorpresa, aquella que vale una eternidad de espera: “encontraron a María y a José, y al Niño recostado en el pesebre”. Y allí está María, la mujer en cuyas pupilas se entretejen esperas seculares, fuegos latentes bajo las cenizas de antaño. Allí está José. Finalmente le ponemos rostro al hombre más silencioso de los Evangelios, el hombre de los sueños. De día la experiencia dura, áspera, interminable del taller, poblado de clientes y de problemas. De noche la irrupción concedida, serena, inexpresable de un trozo de cielo poblado de ángeles y presagios. Y finalmente míralo, el añorado de los siglos, el Niño más caprichoso y paradójico de la Historia en cuyos ojos se entrecruza la esperanza de una humanidad sedienta de una transparencia que sueña la salvación. Rostros e historias -María, José, el Emmanuel- y una herramienta: el pesebre. Pocas palabras para el primer pesebre, anterior al proyectado en la cuesta de la colina de Greccio por fray Francisco de Asís: lo ha descrito Lucas, un médico de Antioquia sin que su pluma temblase ante la tentación de decir algo más. Ni siquiera él lo ha visto, como no lo vio su maestro Pablo de Tarso: lo vieron únicamente aquellos pastores nocturnos pulverizados en la nada. Y dentro de la nada, el poder del Misterio. “no temáis, os anuncio una gran alegría que lo será de todo el pueblo: hoy en la ciudad de David ha nacido un Salvador, Cristo Señor”
Y a partir de ese momento, todos a la carrera, despeinados quizás por el viento que sopla de pleno en la noche de Palestina, bajando corriendo por la pendiente de la colina, saltando las orillas de guijarros de algún torrente, quizás un cuarto de hora de camino ganado…
En el nombre de los pastores comienza el año: pastores de paz en el seno de la historia. Porque Dios no es un parche, está dentro de la historia: dentro de tu alegría, de tu fatiga, de tu repulsión o dentro de tu simpatía, de tu convivencia o de tu connivencia. Es una presencia dramática, desfigurada de belleza y luminosa por el fulgor que hoy da inicio a algo nuevo: hoy a la una, a las seis, a las diez. O quizá mañana a las tres o a las cuatro. En cualquier momento comienza algo nuevo porque “el Niño ha nacido para vosotros” El ángel se le apareció a María en la hora que precede al día, cuando la casa estaba limpia como una patena. A los pastores vino a la hora de la llama, cuando un embrutecimiento cansado hace prisionero al hombre. El ángel baja como un halcón sobre aquellos hombres que sueñan, sobre los soñadores de la historia. Porque sólo sobre ellos reposará la bendición divina.
Sobre los travesaños de la historia, el pueblo del Niño apoyará los párpados para asistir a la aurora de un nuevo inicio. Se burlarán, lo amenazarán, le dirán falsas verdades porque desde hace décadas y milenios la Belleza no encuentra nada mejor que el rincón frío de una gruta para nacer. Y el desafío será el mismo. Como el carpintero de Nazaret que cuando mira por la ventana está trabajando y soñando a la vez. Un poco como explicar al mundo que cuando miramos a aquel Niño estamos soñando. Con los pies en el suelo. De un misterio a otro misterio, tremendo misterio: el pesebre en que nace, un humilde comedero, es presagio de que este tierno Niño ha venido a cargar con nuestras culpas y a inmolarse como Cordero para convertirse así en nuestro alimento. Un pesebre que convertirá en patena tras su muerte y resurrección. ¡Desde el primer respiro anunciando que ha venido a ofrecerse como alimento!
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