Lentos y reacios en sus pasos. Con aquel sentimiento de desconcierto a las espaldas que es típico de quien se está debatiendo ante la partida de uno que te ha abrasado de veras el corazón. Mañana estarán solos, huérfanos de una Presencia, pobres de una mirada que hasta hace pocas horas les había ayudado a navegar dentro de las borrascas de lo cotidiano.
De tanto en tanto es necesario abandonar a los hombres para luego amarles aún más. Y ayudarles a descubrir que aquel abandono -que para ellos era casi una ausencia- en realidad era una forma más audaz de presencia. Una casi necesidad para desflorar plenamente el sentido recóndito de aquella historia de amor con Él.
El hombre Nazareno, el Maestro, el Amigo. Sus antepasados habían entrado en el desierto como una horda de mendigos y beduinos. Después de 40 años de trato frecuente y de amores salieron revestidos con las galas del pueblo de la alianza. La más tormentosa, envidiada, narrada alianza de la historia entre el Cielo y la tierra. En cambio a ellos les bastó poco más de mil días para tomar el miedo y mudarlo en osadía, para trazar nuevos trayectos y rumbos, para despedirse de los peces de Genesaret y entrenarse en las aguas tumultuosas de los corazones de Palestina. Fuertes, impetuosos, valientes. Algunos días incluso molestos en su apasionada búsqueda de la Verdad: pero siempre en su compañía. Si sucedía algo, si tropezaban con alguno, si no comprendían mucho, cuando no lo conseguían, en las noches en las que el mar se agitaba, frente a los ojos de los adversarios, Él siempre estaba. Una garantía, una garantía, un sentido de guarda y custodia.
Pero el Espíritu Santo suscita siempre nuevas respuestas a las nuevas exigencias. Ahora estarán solos en el mundo, dentro de la historia. Solos pero a cuenta ajena, en su memoria. Solos, pero no solos como les querría el mundo, porque aquella soledad tendrá la compañía del Espíritu Santo que el mundo no comprenderá, que el mundo obstaculizará, de la que el mundo se mofará como si se tratase de la más insensata de las posibles compañías. Lo llama Espíritu, pero es una gramática de sinónimos y un alfabeto de matices: fantasía y creatividad, imaginación e intuición, percepción, inspiración y capricho. En el sentido más genuino del término.
De Egipto salió un pueblo festivo, después de la efusión del Espíritu sale una Iglesia remendada con las vendas de los dones, tremendamente decidida a jugárselo todo en la partida dentro del gran drama de la historia humana. No habrá ya más miedos en sus corazones cuando atravesarán los lindares de Judea y Palestina. Serán hombres y mujeres que romperán confines y barreras, anunciarán la comunión de los sueños. Imparables. Ese viento los modelará y nadie les podrá barrar el paso. Será su nuevo compañero de camino. Narrarán a los hombres que aquella historia de amor es un cruce entre Amor, Amado y Amante.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
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