Escuchamos lo que decía el Santo Cura de Ars:
«Sabéis ya que el santo sacrificio de la Misa es el mismo sacrificio de la cruz
que fue ofrecido allá en el Calvario el Viernes Santo. Toda la diferencia está
en que, cuando Jesucristo se inmoló sobre el Calvario, aquel sacrificio era
visible, es decir, se presenciaba con los ojos del cuerpo; Jesucristo fue
inmolado a su Padre, por manos de sus verdugos, y derramó su sangre; por esto
se le llama sacrificio Cruento: lo cual quiere decir que la sangre manaba de
sus venas y se la veía correr hasta el suelo. Mas, en la santa Misa, Jesucristo
se ofrece a su Padre de una manera invisible; es decir, tal inmolación la vemos
con los ojos del alma pero no con los del cuerpo. Ved, en resumen, lo que es el
santo sacrificio de la Misa. Mas, para daros una idea de la grandeza y
excelsitud del mérito de la santa Misa, me bastará deciros, con San Juan
Crisóstomo, que la santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las
pobres almas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones,
da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las
penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellas
derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de
los siglos. Si me pedís la razón de esto, ella no puede ser más clara: todos
estos actos son realizados por pecadores más o menos culpables; mientras que en
el santo sacrificio de la Misa es el Hombre – Dios, igual al Padre, quien le
ofrece los méritos de su pasión y muerte. Ya veis, pues, según esto, que la
santa Misa es de un valor infinito.»
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