Nos parece asistir a una discusión entre teólogos. En la confrontación, textos de la Sagrada Escritura. Ninguno de los dos habla con las propias palabras sino que participan en el concurso tomándolas prestadas de los Libros Sagrados. Lucifer ha venido al desierto convencido de que al final el Nazareno caerá. Jesús de Nazaret ha venido al desierto convencido de que Satanás tienta sólo a los grandes y puros: el mediocre nunca será tentado por el Demonio, porque es suyo desde los albores de una historia personal. Quizás muchos piensen que Lucifer no existe. Se han creído pues aquel epígrafe que Satanás ha escrito sobre sí mismo: “El demonio está muerto”. Un epígrafe que se ha convertido en su más poderoso secreto. Él únicamente puede ensuciar aquello que está limpio. Tienta a aquellos que lo conocen y no lo siguen.
Primer round. El golpe: “Si tú eres hijo de Dios di a esta piedra que se convierta en pan”. La respuesta: “no sólo de pan vive el hombre”. Demasiado fuerte debía ser la tentación empujados por las tripas que gritan de hambre. Quizás comiendo se acabaría creyendo todo lo que un hombre dice. Al Nazareno no le interesan los consensos: a quien se agarrará a su manto le pedirá creer a la fragilidad de una Palabra, contra el hambre y el dolor, quizás también la enfermedad. Por no hablar de los bolsillos y de los mantos: habrá siempre un pez en el lago o un higo entre las hojas para saciar a quien exhausto persigue la Belleza. Del pan de las panaderías siempre se podrá prescindir; del pan celeste el hombre buscará la fuente para no morir de desesperación.
Segundo round. El golpe: “Te daré todo este poder y su gloria (…) si te postras en adoración ante mí”. La respuesta: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto”. De José, el padre putativo, aún conserva la humilde figura del artesano silencioso: tras la escena, lo cotidiano, la juventud de espíritu. Lucifer lo tienta porque con todos los demás funciona de maravilla: al hombre le gusta lo sensacional. También la fe cuando únicamente es sensación y emoción, convierte a las iglesias en vagones abarrotados. El Nazareno no cede: todos son capaces de seducir con cosas maravillosas, encantar con la seducción cotidiana; y la más humilde pertenencia será su atrevida apuesta. Un día incluso le pedirán que haga milagros: serán los días en que no habrá explosión de milagros. Lucifer le invita a saltar hacia abajo, Él dentro de poco subirá arriba, al Monte, para gritar vigorosamente que justamente dichosos serán los que el mundo señala como fracasados.
Tercer round. El golpe: “Tírate (…) dará orden a sus ángeles para que te custodien”. La respuesta: “no tentarás al Señor tu Dios”. Satanás suda y quizás ahoga su presunción de omnipotencia: ¿Por qué tentar a Dios por el solo gusto de ponerle a prueba? O quizás ya no se busque únicamente a Dios sino sólo los beneficios que asegura a aquellos que lo aman. El Nazareno huele de lejos a Lucifer y Lucifer huele de lejos al Nazareno: en lo que se refiere a las Escrituras, ambos aprueban. Con una única diferencia: allí donde Satanás se organiza chapuceramente para comprar al hombre, el Hijo de Dios deja libre al hombre para estar con Él. O ir contra Él: no hay alegría sin libertad. Ni siquiera en casa de Lucifer. Este se ceba justamente contra aquellos que lo conocen y no le hacen caso. Seduce la inocencia de los primeros padres, remueve a David el Fuerte, corrompe a Salomón el Sabio, desprestigia a Dios ante el justo Job. Todos los santos que se esconden en el desierto, todos los amantes de Dios, serán tentados por Satanás. Cuanto más se aleja uno de él, él más se acerca. Más alto estamos, más se emplea en derribarnos, bajo el cálido aliento de la voluptuosidad. Ser tentados por Satanás es indicio de pureza, signo de grandeza, una nueva prueba de la elevación.
A duras penas había salido del agua del Jordán, en medio de la multitud, que entra en el desierto de la soledad. No escapa de los hombres: así como salió de ellos, volverá entre ellos. Sin embargo a menudo se retirará a un lugar tranquilo, lejos de todos, también del cariño de sus discípulos: necesita estar solo. Además sabe que para amar a los hombres y avivar su amor, de vez en cuando hay que abandonarles. Abandonarles por amor, hasta desafiar al desierto en su nombre.
Con el rabo entre las piernas, Satanás sale derrotado. Con la humilde belleza de su rostro, Jesús sale del desierto después de haber derrotado a Satanás en sí mismo. Inicia ahora el desafío: derrotar a Satanás entre los hombres. Allí donde hoy campa a sus anchas, con la complicidad de aquella primera colosal derrota.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
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