domingo, 13 de septiembre de 2020

SE PUEDE CAMBIAR EL ROSTRO DE LA HISTORIA

 


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El perdón de las ofensas y el amor hacia los enemigos constituyen una de las características más visibles y más innovadoras de la moral evangélica. Pero como a menudo ocurre, cuanto mayor es la exigencia, cuanto más alta es la meta indicada, tanto más mezquina y pobre aparece su realización en la vida práctica. ¿Cuánto ha influido la doctrina evangélica del perdón de las ofensas en la vida y el comportamiento práctico de los cristianos? 

Es necesario decir que muchos cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia se han tomado en serio la palabra del Señor: la hagiografía cristiana está plagada de ejemplos de amor y de gestos heroicos de perdón y reconciliación. Si hoy se habla, y siempre más a menudo, de paz y de desarme, de solución práctica de las controversias internacionales, incluso de cooperación recíproca y de ayuda a los pueblos en vías de desarrollo, es debido a que muchos cristianos han contribuido a la difusión y maduración de estos ideales del cristianismo.

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El evangelio ha tenido una capital importancia en la educación de los pueblos de Occidente. Sólo un ciego es incapaz de ver que muchas ideas y estímulos positivos llevados adelante por los sistemas que incluso combaten al cristianismo, han nacido de una cultura de matriz cristiana y fuertemente marcada por el espíritu evangélico. Desde el no a la pena de muerte (por considerar la vida sagrada, intocable y fuera de las manos del hombre), hasta los movimientos de acogida de los inmigrantes y refugiados, pagados a menudo a costa de privaciones de la población que paga sus impuestos, pasando por todas las organizaciones de solidaridad: todo esto proviene del cristianismo.

Pero la historia de los pueblos, también de pueblos cristianos, está llena de testimonios negativos: enfrentamientos, guerras, destrucción, injusticias, venganzas, guerras de religión, conquistas coloniales y hoy en día el imperialismo económico, la explotación del tercer mundo, la industria de la guerra y de la muerte. Y todo por mantener esos diferenciales astronómicos entre los países ricos y los países pobres. Asfixiando su comercio para luego, en el mejor de los casos, devolverles una ínfima parte de lo defraudado en hipócritas campañas de solidaridad.

La responsabilidad de los cristianos frente al Evangelio y a los hermanos aún no iluminados por la luz de la fe es enorme. Los “antitestimonios” desmienten en el plano de los hechos todo esfuerzo de evangelización y comprometen la credibilidad misma del Evangelio.

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La iniciativa de la reconciliación viene de Dios; y la Iglesia y los cristianos deben ser operadores de la paz en el mundo, de fraternidad en todos los sectores y a todos los niveles: desde el internacional hasta las pequeñas relaciones de vecindad y de trabajo, entre esposos, entre los hijos, en la relación entre empresarios y trabajadores, entre pobres y ricos. No hay relación humana, por pequeña que sea, que no pueda encontrar una mejora a través de la reconciliación y el perdón. Sólo con el amor es posible formar una comunidad humana.

De hecho, fue el Evangelio de Cristo el que produjo un vuelco copernicano en el mundo cuando todo él era romano. Toda la estructura de poder de Roma estaba en última instancia al servicio del sistema de dominación vigente: los fuertes eran los dominadores, y los débiles los dominados. Y para que eso funcionase, para que los señores pudieran seguir siendo señores, y los esclavos, esclavos; se necesitaba un sistema de ferocidad que dejaba chiquitos a los nazis. Las galeras y las minas, la crucifixión y el empalamiento eran piezas indispensables para el funcionamiento del sistema. Sólo así, los esclavos seguían siendo esclavos “voluntariamente”, sin que surgiera de vez en cuando un Espartaco.

Pues a partir del 313, Edicto de Milán, Constantino el Grande, empujado por su madre santa Helena, aún más grande, las cosas cambian radicalmente. El precepto principal será el amor: “Dios es amor". El último crucificado, el Redentor. Por amor al hombre. Claro que cambió el rostro de la historia. Y aún sigue notándose ese cambio, a pesar de la basura que se han esforzado en lanzar tantos contra el Evangelio y contra la Iglesia. Es aún muchísimo el amor residual que queda en la estructura cultural, política y jurídica del occidente otrora cristiano. La huella de Cristo, del amor de Cristo es todavía muy profunda.

Imaginaos el estallido de luz que sería la vuelta de nuestra ya decrépita civilización al Evangelio del Amor.

Mn. Francesc M. Espinar Comas

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