domingo, 15 de septiembre de 2019

LA MISERICORDIA DE DIOS ES LA VIDA DEL HOMBRE




La ternura, la misericordia, la alegría de Dios son la vida del hombre, su salvación. Hoy tenemos entre manos el evangelio del padre con sus dos hijos, más conocido como “parábola del hijo pródigo”. Esta página de san Lucas constituye el vértice de la espiritualidad cristiana y de la literatura de todos los tiempos. De hecho ¿qué sería de nuestra cultura, del arte y por extensión de toda nuestra civilización sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia? Cuando el Señor Jesús ha querido hablarnos de Dios y hacernos conocer su rostro y su corazón no ha hecho, un tratado de teología, nos ha explicado esta parábola. Dios es un Padre que siempre piensa en sus hijos, que corre a nuestro encuentro cuando regresamos a Él. La parábola no cesa de emocionarnos y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la fuerza de sugerirnos siempre nuevos significados. Pero lo que este texto evangélico tiene muy especialmente es el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón.  Después que Jesús nos ha dicho que el Padre es misericordioso, las cosas ya no pueden volver a ser como antes. Ahora conocemos a Dios: Él es  nuestro Padre que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por este motivo la relación con Él se construye a través de una historia, de manera análoga a cuanto sucede a cada hijo con respecto a sus padres: al inicio depende de ellos, después reivindica su propia autonomía y finalmente, si existe un desarrollo positivo, llega a una relación madura, basada en el reconocimiento y en el amor auténtico


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En estas etapas podemos leer también los momentos del camino del hombre en relación con Dios. Puede existir una fase que es como la infancia: una religión movida por la necesidad y la dependencia. Poco a poco a medida que el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y convertirse en libre, adulto, capaz de regularse por sí solo y hacer sus elecciones de manera autónoma, pensando incluso de poder prescindir de Dios. Esta fase es muy delicada porque puede llevar al ateísmo pero al mismo tiempo, y no raramente, muchas veces esconde la exigencia de descubrir el verdadero rostro de Dios. Afortunadamente, Dios no viene a menos en su fidelidad y aunque nosotros nos alejemos y nos perdamos, continua a seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para que tengamos nostalgia de Él.  


C:\Users\Francesc\Desktop\índice.jpgEn la parábola, los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor marcha y cada vez cae más bajo, mientras el mayor permanece en casa, pero también él tiene una relación inmadura con el padre; de hecho cuando el hermano regresa no quiere entrar en casa. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de comportarse con Dios: la rebelión y una obediencia pueril. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociéndose amados por un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación verdaderamente filial y libre con Dios. 
¿Cómo no abrir nuestro corazón a la certeza que, aún siendo pecadores, somos amados por Dios? Él no se cansa nunca de venir a nuestro encuentro, recorre siempre antes que nosotros el camino que nos separa de Él. El arrepentimiento es la medida de la fe y gracias a él regresamos a la Verdad. Meditando esta parábola podemos vernos reflejados en ambos hijos, pero por encima de todo, podemos contemplar el corazón del Padre. Lancémonos entre sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso.
Mn. Francesc M. Espinar Comas

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