La afición edificativa es una pasión de la familia: ya el Padre –y estábamos únicamente en los inicios- mostró el conocer bien las reglar que dominan el abecedario de las construcciones. Él mismo, retratista incomparable, construyo lo inimaginable, la primera Creación de la Historia. Lo que el hombre hizo después de aquella semana no fue otra cosa que el tentativo de imitar el poder creador de su Dios: casas y caminos, tiendas y recorridos, trayectorias y esperanzas. Torres, tantas torres alzadas hacia el cielo: el deseo de competir y guerrear con Dios nunca se ha adormecido durante el curso de los siglos. Una empresa que hizo historia fue aquella ambientada en la llanura de Sennaar, en la porción de tierra próxima a Babel: los descendientes la conocieron como el lugar donde aconteció la más grande fallida empresarial de la historia de la humanidad. De aquel proyecto ambicioso y falaz, quedan restos en el polvo de aquella llanura: punto y aparte.
Después de la obra de Babel, otras obras fueron iniciadas por la sociedad humana: algunas conocieron un buen final, otras fracasaron, otras hicieron historia por haber sido trazos de un sueño megalómano y mal calculado. De un sueño pensado e imaginado sin levantar por un instante la vista hacia el cielo: un colosal error de perspectiva.
De Padre a Hijo, aquella pasión edificativa la llevó a sus espaldas el Cristo de los Evangelios. Experto carpintero, por aquellos años pasados en el taller de Nazaret, no desdeñó el acercarse a otras profesiones, mostrando una maestría sorprendente en pesca, meteorología, agronomía y floricultura, en la vida y en la muerte. Sin por ello perder la pasión del Padre: mostró que de “buen palo buena astilla” tal como diría la gente del pueblo, y que podía apañárselas en todo lo que a construcciones de casa se refería. Recomendó siempre construir mejor sobre la roca que sobre la arena, proyectó sueños y organizó viajes. Buscó por encima de todo explicar al hombre que tras toda construcción de incomparable belleza y alegría, detrás debe haber un proyecto, una visión casi una anticipación de la realización. Porque del Antiguo al Nuevo Testamento cambiaron muchas cosas pero una siempre ha permanecido la misma: quien quiere hacer algo grande (sobretodo embarcarse hacia el reino de los cielos) no puede improvisar.
Quiere quiera construir una torre, y ese es un sueño bellísimo, debe enfrentarse a un deseo que se perfila y que pone de manifiesto un sinfín de ladrillos con sus preguntas: ¿quién soy, quién quiero ser, quién soy llamado a ser? Pero esos ladrillos de preguntas no son suficientes para construir. Hay quien colecciona ladrillos-preguntas, quien los evita, quien los pone en un depósito, quien tiene miedo de ellos. ¿Qué hacer pues con los ladrillos-pregunta cuando se quiere construir algo? Es necesario un proyecto, una perspectiva, una regla: es necesario ordenar los ladrillos en vista a una construcción que antes se ha imaginado y deseado. Es la extraordinaria y extravagante propuesta del cristianismo: antes de construir es necesario incubarse en el sueño de Dios, si aquel proyecto es únicamente el nuestro o es también el suyo. Porque la preocupación de Cristo es de aquellas más sencillas: que nadie te devuelve nada si no has hecho bien las cuentas.
No basta pues construir, es necesario un proyecto. Como no basta hablar: es necesario un pensamiento que transmitir. Como por otra parte no basta sólo hacer el bien, es necesario encontrar una manera de hacerlo bien hecho. La historia Le da la razón: muchos pueblos sucumbieron por haber hecho mal las cuentas al principio. Por el contrario, pequeñas construcciones aguantaron el paso del tiempo porque en su pequeñez encajaron la belleza de un proyecto bien hecho. Jesús mostró tener pleno conocimiento de edificaciones o interiores: la intriga de esta su pasión está en que nunca se convirtió en obligación pues fue únicamente una sugerencia. Para que nadie se mofase por la espalda.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
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