domingo, 4 de agosto de 2019

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (Año C)



https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHQcSZfdX-CB-KTzV_dialwzEZWpwUc_9NhhPRAdGHuvcMMA51SQlFQ8jNJdn2k2pw8FGtvi9iL3ejyGSXw5EiWsl7BFol186bKPFiA-3vZf0FgTLc7XtoegKCOq807yKDtsPqIB2ycUk/s1600/Domingo18.jpg
Ofrecemos el comentario que el Papa Benedicto XVI realizó el Domingo 1 de agosto de 2010 en el rezo del Angelus, coincidiendo con la liturgia dominical del Domingo 18 del Tiempo Ordinario del Año C.  
En el Evangelio de este domingo, la enseñanza de Jesús se refiere precisamente a la verdadera sabiduría y está introducida por la petición de uno entre la multitud: «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (Lc 12, 13). Jesús, respondiendo, pone en guardia a quienes le oyen sobre la avidez de los bienes terrenos con la parábola del rico necio, quien, habiendo acumulado para él una abundante cosecha, deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la ilusión hasta de poder alejar la muerte. «Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”» (Lc 12, 20). El hombre necio, en la Biblia, es aquel que no quiere darse cuenta, desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder. Hacer que la propia vida dependa de realidades tan pasajeras es, por lo tanto, necedad. El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme las adversidades de la vida, ni siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha adquirido «un corazón sabio», como los santos. 
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKRPFHqxebHcMQHob1tZ22jwmxBg6OV7-sq6KYzxG3gFubHrPbFkOpjfurtPpm6lsvPL1GuKPsFA6WN6-Kn7ynsZ_zR-8gQwx2xNxw2rLi8OqzwGb4KpcgfG3C02V-2mCgudeHhnoXL1Y/s320/Benedicto.jpgEstos días se celebra la memoria litúrgica de algunos santos. Por ejemplo a san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Vivió en el siglo XVI; se convirtió leyendo la vida de Jesús y de los santos durante una larga hospitalización causada por una herida de batalla. Se quedó tan impresionado con aquellas páginas que decidió seguir al Señor. También a san Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas; vivió en el siglo XVIII y fue proclamado patrono de los confesores por el venerable Pío XII. Tuvo la conciencia de que Dios quiere que todos sean santos, cada uno según su propio estado, naturalmente. Esta semana la liturgia nos propone además a san Eusebio, primer obispo del Piamonte, valiente defensor de la divinidad de Cristo; y, finalmente, la figura de san Juan María Vianney, el cura de Ars, a cuya intercesión confío de nuevo a todos los pastores de la Iglesia. Empeño común de estos santos fue salvar a las almas y servir a la Iglesia con sus respectivos carismas, contribuyendo a renovarla y a enriquecerla. Estos hombres adquirieron «un corazón sabio» (Sal 89, 12) acumulando lo que no se corrompe y desechando cuanto irremediablemente es voluble en el tiempo: el poder, la riqueza y los placeres efímeros. Al elegir a Dios, poseyeron todo lo necesario, pregustando desde la vida terrena la eternidad (cf. Qo 1, 1-5) 


(En francés): La liturgia del día nos interroga sobre el sentido profundo de nuestra búsqueda de poseer, poder y saber. Tomada y considerada como un fin en sí mismo, la riqueza deja de ser el medio necesario para una existencia justa y digna. Que por intercesión de la Virgen María y de san Alfonso María de Ligorio hagamos uso de nuestros bienes participando positivamente en la obra de la creación divina y siendo plenamente solidarios con todos los seres humanos, sobre todo con quien se encuentra en necesidad.

No hay comentarios: