La degollación (Caravaggio) |
Como un amante desmemoriado. Porque el reloj y el calendario no aceptan distracciones. De esta manera la sentencia se ha convertido en definitiva. Y él ha llegado demasiado tarde para hacer carrera entre los profetas: de Zacarías, ultimísimo profeta del Antiguo Testamento, ya se advierten los cantos fúnebres. Por el lado opuesto, ha llegado con demasiada antelación: las esposas de los viejos pescadores aún no están encinta y no se oye hablar de las primeras andanzas de sus hijos, los primeros pescadores de Galilea. Apenas cerradas o aún por abrir, las inscripciones no dejan escapar a este hermoso niño de Isabel y Zacarías: los tiempos han sido mal calculados. Y sin embargo, el anciano padre, medio ciego de tanto estudiar las Sagradas Escrituras, revolviendo entre éstas y los vaticinios de la Antigua Alianza, sabía bien que Allá Arriba lo importante no era vencer o perder, sino que te encontrasen preparado y a punto cuando se encendiese y abriese el desafío. Por eso, sobre la tablilla escribió sin dudarlo: “Juan es su nombre”. Lo habrá leído en los astros o en algún crepúsculo de las madrugadas hebreas, superando la espera en el umbral del templo o acariciando la trenza de su Isabel. O simplemente escuchando con atención al Eterno que desde hacía días le susurraba muy de cerca.
“Juan es su nombre” |
El hecho es que de un vientre estéril, parecido a un taller de artesano sin herramientas, nació el hombre cremallera entre lo que había sido prometido y lo que será mantenido. Él y el Otro: como Otelo y Desdémona, Tristán e Isolda, Lancelot y Ginebra, Don Quijote y Dulcinea, Ulises y Penélope. Dos primos, a la vez amigos inseparables, con una única gran pasión: la Palabra. Porque su religión, hecha de miradas más que de dogmas, estaba fundada sobre la verdadera Palabra. La que se trasplanta al corazón en el sentido botánico del término Juan es uno de ellos (puso mi boca como espada aguda): antes habíamos tenido a Jeremías y Amós, Isaías y Habacuc, Oseas y Elías.
Después de él tendremos un efluvio innumerable de gente de voz contagiosa, desde lo más hondo del vientre de la historia. De las orillas del lago de Genesaret a los barrios de barracas de las periferias orientales, pasando por los ampulosos centros comerciales o las grandes y suntuosas catedrales. Como viejos ebanistas en trabajos de taracea e incrustación.
San Juan en el desierto (Caravaggio) |
Gente dura y sin medias tintas: con el Evangelio en una mano, y en la otra el periódico. Una marabunta de gente confundida y fundida por el Amor que arriesga hasta lo inverosímil, después de haberse arrodillado: y esto permanecerá como la convencida sospecha de su éxito; porque lo contrario es arriesgar por arriesgar, y eso es de locos. Del Bautista nos quedó un cuerpo sin cabeza. De él no pidieron un brazo, una mano o un pie. O un trozo de oreja como en los secuestros más infames. Herodías quiso la cabeza porque era la zona con el más alto potencial explosivo. Una cabeza de miedo unida al corazón, y el corazón anudado a una estrella. No por casualidad el primo y amigo Jesús derrochó palabras densas de gozo: “entre los nacidos de mujer no ha salido uno mayor que Juan Bautista”.
El pescado comienza a echarse a perder por la cabeza: también los hombres funcionamos así. La cabeza del Bautista -modelo de tantos miles de profetas posteriores- no estaba podrida. Y Herodías -madre de miles de verdugos cortacabezas- lo sabía. Pero se le escapaba un detalle: que cortando una flor, el perfume no desaparece sino que se expande imparable. Es la ley de la naturaleza. Por eso es también ley de Dios, el artesano de todo lo que es natural.
La Sagrada Liturgia celebra el nacimiento de sólo tres figuras, además de la muerte que no es otra cosa que el nacimiento al cielo. De Él, es decir del Hijo de Nazaret: pues al nacer empezó a brillar la historia. De Ella, Belleza de Nazaret: porque sin su nacimiento, el Eterno no hubiera tenido un vientre en el que hacer aterrizar la esperanza. Y finalmente del Bautista: porque siempre es necesario uno que caliente los ánimos en vistas a la Fiesta. El nacimiento de Ella fue temido por Lucifer, el nacimiento de Él fue el inicio de la capitulación de Herodes. Y el nacimiento de Juan se convirtió en la certeza de que cuando tú piensas que se equivocan, ellos te dejan la sospecha de haber sido los únicos hombres que han llegado puntuales a la cita con la Historia. Por eso los han querido muertos. Y es que a pocos les gusta el sonido del despertador al llegar la jornada.
Del vientre de mi madre me llamó el Señor por mi nombre, reza el introito de hoy. Y puso mi boca como espada aguda. Me protegió bajo la seguridad de su mano y me dirigió como flecha elegida. Éste es san Juan Bautista. El gran precursor.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
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