La Palabra liberadora anima a otras personas que la acogen, convirtiéndose ellas mismas en propagadoras de la Buena Noticia. Es un aspecto maravilloso de la vida cristiana: hace nacer en nosotros una energía que nos ordena y recompone, y que además suscita en nosotros un afán expansivo de comunicar la alegría de esa realidad que se convierte en el motor y el horizonte de nuestra existencia.
Jesucristo habla del crecimiento del Reino de Dios en cada uno de nuestros corazones, en nuestras vidas. Usa la imagen del crecimiento de un grano sembrado en la tierra que se alimenta de la tierra. El Amor infinito de Dios progresa en nosotros sin que nos apercibamos de ello. Es el “trabajo” de Dios en nosotros que nos llena de paz. Observar el grano de trigo que crece nos supera, no podemos dominar esa realidad, pero podemos estar en relación con ella y puede ayudarnos a comprender el Reino de Dios. Para sembrar antes hay que preparar la tierra. De la misma manera hemos de preparar nuestro corazón para acoger el Reino por la escucha de la Palabra. El Señor anuncia un don de amor novedoso. Es el don de Amor que va a cambiar nuestra vida. Nuestra conversión será vivir de ese Amor novedoso para convertirnos en luz del mundo.
La imagen del grano de mostaza que da refugio a las aves del cielo no tiene otra finalidad que hacernos vivir libremente, graciosamente en paz y de gozarnos con ello. Este amor es concedido gratuitamente y debe ser recibido con gratuidad. En el crecimiento de la semilla está anunciada una finalidad, un objetivo, la semilla no tiene sentido por sí misma. La finalidad es el amor compartido universalmente que necesita del Amor del Padre para todos. Es la confianza infinita en Dios-Amor, el abandono a su Voluntad, lo que hace que este amor crezca a su tiempo. La reconciliación y el reconocimiento del otro, es su aplicación en nuestras vidas.
El evangelio dice que el Señor todo lo explicaba en parábolas pero que a los discípulos se lo explicaba todo con detenimiento y concreción. Jesucristo nos ofrece tomar ese camino. Nuestro deseo de paz, de unidad y de vida renacerá. Pero para ello hemos de aceptar la debilidad de nuestra vida. No todos podemos comprender todo según nuestros tiempos. El Señor nos va dotando de esa capacidad siguiendo su medida, no la nuestra.
Este Amor infinito de Dios es la Divina Semilla que ha germinado en el seno de la Virgen. Ha dado un fruto maravilloso que es Jesús. Fruto que será prensado en el lagar de la Cruz y enterrado en la tumba. Y resucitando, Jesucristo es el gran árbol donde los creyentes podemos reposar y rehacer nuestra condición de criaturas, de hijos de Dios. Entremos en el Evangelio de este domingo una confianza infinita y un abandono total. Acojamos el don de Dios comprendiendo que Cristo todopoderoso se ha hecho pequeño en Belén. Jesús, el Maestro de la Vida, baja al sepulcro para darnos vida. Es esta vida nueva que recibimos gratuitamente. Hoy pedimos la gracia de entrar en esta nueva vida de Jesucristo que es su Amor.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
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