domingo, 4 de febrero de 2018

SUPERAR EL SUFRIMIENTO CON FE Y ORACIÓN



“Toda la ciudad estaba reunida en la puerta… Jesús se retiró a un lugar desierto y allí oraba” La fiebre es una dolencia que todos conocemos. No obstante las vacunas gripales que muchos se administran, en invierno casi nadie evita tener un resfriado y en consecuencia un poco de fiebre. Y si no es a causa del resfriado será a causa de una pequeña infección; pero la experiencia de la fiebre la sufrimos de vez en cuando. 

La fiebre es una reacción, una señal que el cuerpo nos da cuando somos atacados por un virus o por algún otro peligro para nuestra salud. Sabemos que esta incomodidad lleva a una reacción del cuerpo: desgana, falta de fuerza, en una palabra, un fastidio. Pero sabemos sobre todo que la fiebre es un esfuerzo extra que hace el cuerpo para vencer a la enfermedad. Es un doloroso proceso de curación. He ahí por tanto que la enfermedad se convierte siempre en una prueba no sólo a nivel corporal sino también a nivel de la inteligencia y por tanto también de la fe.





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La primera lectura del domingo V “per annum” nos sugiere precisamente eso. Todos conocemos lo sucedido a Job, gran protagonista de la prueba de fe durante el sufrimiento, al término del cual, la experiencia del encuentro autentico con el Señor le hace decir: “pongo la mano en la boca”, es decir “me callo”. La reacción del papa Francisco a una pregunta de una niña filipina fue muy provocativa: la niña le preguntó por qué hay tantos niños víctimas de abusos y por qué hay tan pocas personas dispuestas a ayudarles. El Papa admitió que aquella niña hizo la única pregunta a la cual es imposible responder sino con el estar callado y con la cercanía. 


Lo paradójico es que no basta sólo meditar ante el sufrimiento. Por muy profunda que sea la reflexión realizada, la mejor respuesta a su drama siempre será el silencio orante. 


Vemos en Jesucristo la misma actitud ante el sufrimiento de sus contemporáneos. El inciso del evangelio de la liturgia de este domingo “todos estaban a la puerta” es muy fuerte. Tomando en serio esta brevísima frase -típica del evangelista Marcos- me vienen a la mente las densas colas de enfermos que tantas y quizá demasiadas veces, acuden a los ambulatorios y hospitales con la esperanza de poder obtener de los médicos una solución a su enfermedad. Muchos facultativos encuentran inmediatamente la solución acabando con la fiebre, con el dolor y con cualquier otro síntoma. La experiencia nos dice que no pocas veces esta celeridad de algunos de ellos por ahuyentar el sufrimiento, a la larga resulta fatal. 


El próximo 11 de febrero -festividad de Nuestra Señora de Lourdes- será la Jornada Mundial de los Enfermos. En un mundo que rechaza sin escrúpulos a quienes no están a la altura de la lógica comercial, la realidad de tanto sufrimiento presente en el mundo no puede sino suscitar alguna reflexión -reitero: silenciosa, orante, respetuosa, pero también de fe- sobre aquello que es el gran misterio del sufrimiento: para la naturaleza, es el esfuerzo desesperado por superar un problema… a veces insoluble y de desenlace fatal. Misterio que aunque incomprensible para nosotros, tantas veces se demuestra como el misterio que hace que el sufrimiento se convierta en fecunda posibilidad para el crecimiento humano y para la fe. 


En cualquier caso, conviene recordar a San Juan Crisóstomo: “Nada más dulce que una buena conciencia y una fecunda esperanza”. Si en el sufrimiento hay esperanza (no echemos en olvido la esperanza espiritual), el sufrimiento se carga de valor y de sentido.



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Personalmente no tengo soluciones para este drama. Como sacerdote encuentro tantos sufrimientos exteriores… pero son muchos más los interiores. Y éstos, más complicados que una enfermedad del cuerpo. Y me doy cuenta de que las palabras más que resolver lo que hacen es arruinar y malograr el interior de las personas. Tratamos de animar a no sucumbir, pero hemos de reconocer que somos impotentes y débiles para enfrentarnos al problema del dolor y del sufrimiento. No sé si es un intento de fuga -que no deberíamos realizar- pero miro al evangelio de este domingo y veo que el Señor fue probado por el sufrimiento de todos. Es cierto que cura a la suegra de Pedro, que cura alguna que otra persona: el evangelio dice muchos, no todos. ¿Cuántos de aquella muchedumbre que estaba a la puerta de la ciudad fueron curados y cuántos no?


Jesús se retira para orar, y justamente cuando le dicen que todos lo buscan, Él se retira a otra parte para predicar.


Seguramente todos encontramos situaciones de sufrimiento. A veces intentamos hacer algo, muchas veces fallamos. Pero siguiendo el ejemplo de Jesús parece que sí, que podemos hacer algo siempre al encontrarnos con el sufrimiento: dejarnos interpelar por el sufrimiento humano y hacer que éste encuentre eco en nuestro corazón y resuene en nuestra oración. No sé si esto puede ser una pista de reflexión: en otro lugar del evangelio, Jesús da una explicación a la existencia del sufrimiento: “No ha pecado ni él ni sus padres, es así para que en él se manifiesten las obras de Dios”. El poder de Dios para resistir el sufrimiento y para alcanzar la curación.


No sé si esto resulta consolador, pero creo que es necesario recordar que la glorificación de Jesucristo aconteció en la cruz, en el sufrimiento. Es aquí donde es necesario tener ojos para ver: los ojos de la fe. ¡Que el Señor nos ayude a enfrentarnos siempre al sufrimiento con fe y oración!



Mn. Francesc M. Espinar Comas

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