domingo, 1 de octubre de 2017

Glosa Dominical


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EL ESCLAVO DICE SÍ, EL ENAMORADO DICE NO.
Con el aroma del mosto en el ambiente y el ruido de las ruedas de los carros en el adoquinado de la plazoleta del pueblo. Y después botas y prensado, racimos y sonrisas, y finalmente, en octubre, el festivo tintineo de los vasos: bien venido el vino nuevo. Así viví yo el mes de septiembre en mis primeros cuatro años de sacerdocio en mi primera parroquia en la región italiana del Molise. Septiembre era mes de trashumancia y de vendimia: del sudor que se convierte en pan, de la fatiga que se convierte en leche, del cansancio velado de cosechas. De la tierra que vuelve a ser madre de sonrisas. Así decían los campesinos en dialecto campano “e mo´o sughe ha de repusà nu´mese, e co´ nu´vine nove tutte assegne na festa” (y ahora el jugo debe reposar un mes y con el vino nuevo todos juntos a la fiesta) Y llegaba la fiesta del Rosario el primer domingo de octubre.
Fiestas de la vendimia en Ceppagna (prov. de Isernia- Molise- 1989)
El evangelio tiene aroma de lirios y de trigo, habita la tierra y rodea lagos, deja espacio entre la llanura de los panes y las colinas de las Bienaventuranzas. El evangelio es una viña: sarmientos, podas e injertos. Un viñador y los jornaleros, ante todo: “Hijo, vete a trabajar hoy a mi viña”. En tiempo de vendimia las fuerzas han de cuadriplicarse; a menudo el Amo no hace otra cosa que ir continuamente a la plaza a buscar nuevas fuerzas, a reclutar braceros pare reforzar la labor: a las nueve y a mediodía, también sirve el ir a las tres de la tarde. Aún más: hasta las cinco, la hora de la puesta del sol. El que entiende de vendimias sabe que una sola hora es bienvenida, especialmente para el que se entristece por andar desocupado. Por otra parte hay quienes dicen que van pero nunca acuden y otros que dicen que no irán porque no tienen ganas; pero después en el viñedo encuentran el gozo de un trabajo que da alegría y entretiene el corazón. No es una cuestión de mala gestión del personal: es que a esa viña cada uno va con una idea diferente de la de su amo. Hay quien tiene miedo de darle un no al amo y va a trabajar de morros, con desgana, por la incomodidad de una dura faena, ciertamente no deseada. Y están los que no quieren ni oír hablar de ese trabajo: y se lo dicen al amo a la cara, sin ocultarlo. Los que diciendo que sí han quedado bien ante el amo. Pero a veces los que le dicen que no rotundamente, se lo piensan y se ponen a trabajar en el viñedo. Acaso consideran que aquella viña no es sólo del amo: también al trabajarla la sienten un poco suya.
Vendimiadores de otros tiempos y jóvenes vendimiadores en Ceppagna (Isernia)
Aquel Padre no es un amo ante el que inclinarse y trabajar servilmente, sino alguien que te ofrece la libertad de ir o no ir; incluso libertad de decirle que no, de darle un portazo. Quien pasa adentro, tras los cestos a punto de ser llenados, advierte enseguida el eco de una Noticia que es buena nada más oírla: nunca habrá alegría sin libertad. La libertad de un no, de una rebelión, de un perderse para después encontrarse. Como todas las historias de amor. Ciertos amores no acaban, dan vueltas inmensas y después regresan. La historia de amor de los pobres, las que nacen en los barrios marginales de la ciudad. Las incómodas historias que son las preferidas por el Cielo: “Los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos”.
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Punto y aparte. Para dejar las cosas claras entre las hileras de aquella viña: nada de siervos obsequiosos, fuera los sumisos y las falsas fachadas reverenciales. Poco espacio para una obediencia estéril que no arraiga, que no echa raíces, en el sentido más botánico del término. Mejor la rebelión y la molestia, aquel portazo a Dios en todas las narices, que tantas veces es una forma camuflada de nostalgia. De deseo de volver a casa, de reencontrarle, de reencontrarse. De aquella casa que en el evangelio no está hecha de paredes ni de muebles sino que permanece como el espacio de los afectos y de la intimidad. De la memoria y de la atención. De un Dios que no exige humillarse ante Él, sino de permanecer como hombres libres: en pie. Para poder ser verdaderos hombres.

Mn Francesc M. Espinar Comas 

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