sábado, 4 de agosto de 2012

Santo cura de Ars




Hoy celebramos el día de San Juan María Bautista Vianney, (1786-1859),  conocido como el Santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes". 

Nació en una familia campesina. Deseaba fervientemente ser sacerdote aunque sus cualidades para el estudio eran muy limitadas.  Finalmente,  con la ayuda de su gran benefactor, el  Padre Balley, tras  pasar por muchas vicisitudes  y dificultades  fue ordenado el 12 de agosto de 1815.     Casi tres años después fue enviado a la parroquia de Ars, que lograría transformar por completo. 

Los primeros años  pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses,  visitándoles casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos; empleando gran cantidad de dinero en la ampliación y hermoseamiento de la iglesia; ayudando fraternalmente a sus compañeros de los pueblos vecinos. Todo ello acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad,  de extrema generosidad para con los pobres. No le faltaron, sin embargo, calumnias y persecuciones. 

Poco a poco su fama empieza a extenderse y de todas partes empezaron a llegar peregrinos, se editaron libros para servir de guía, y hasta en la estación de Lyón se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes de ida y vuelta a Ars. Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien la autoridad diocesana había relegado en uno de los peores pueblos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares y millares de personas Y entre ellas se contarían gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas que irían a buscar en él algún consuelo.

En su gran  modestia jamás hablaba de sus obras o éxitos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar.

Dios premió su humildad con admirables milagros y  bendecía manifiestamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía con maravillosa firmeza en el púlpito y resolvía delicadísimos problemas de conciencia en el confesonario. Es más: cuando muera, habrá testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias.  Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el Santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios y ser iluminado con frecuencia por Él.


Falleció el  4 de agosto de 1859 y fue canonizado por Pío XI el 31 de mayo de 1925, quien tres años más tarde, en 1928, lo nombró Patrono de los Párrocos.

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