domingo, 12 de marzo de 2023

La mujer defectuosa: seis maridos, un solo Dios.

 


Ni siquiera ella quizás sabía por qué se había dirigido hacia aquel pozo: por costumbre, quizás por necesidad. Más probablemente fue un sencillo gesto cotidiano que se repetía a menudo en su vida: ir y llenar, volver y vaciar. Para de nuevo partir con el cántaro sobre la cabeza al amanecer. 
“¡Dame de beber!”: es una voz varonil, son palabras adultas y secas, aquel Hombre viajante tiene sed. Él tiene sed, ella además de ser una mujer emprendedora está defectuosa: una mujer normal no aplaca fácilmente a seis maridos. Este es un extraño mediodía junto al pozo de Sicar -lugar de encuentro de amores y enamorados- en la tierra que fue del padre de Jacob. Normalmente es ella la que pide de beber, o son ellos -hombres de paso- los que lo hacen, con inmodestas maneras, bajo irónicas expectativas. ¿Son tantos los que se han saciado con ella, por ella, gracias a ella? “Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido” Este es todo el sermón del Caminante: nada más que un pequeño recordatorio desde el corazón al corazón para hacerle comprender el motivo que la había guiado hasta el pozo. No habló aún de vida eterna: de entrada le hubiera interesado más una eterna juventud. Ardiente.


La samaritana tiene sed y el Forastero no se burla de ella: simplemente busca entrar en su alma -tierra de caza furtiva, en tiempos pasados, para cazadores desalmados- buscando ensanchar el espacio de su corazón y encontrar lo que verdaderamente importa: aquel misterio audaz y enrevesado que esta mañana la puso en camino sin que ella siquiera se diese cuenta. San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan, pinta tales movimientos de Cristo con palabras poéticas: “Jesús poco a poco se hace un lugar en su corazón (…) Aquel que le pedía de beber tenía sed del deseo de aquella mujer”. Hay un espacio para una intriga junto al pozo: el Amante, la amada y el amor. Lo que ella conoce -y quizás espera-, es que un día llegará el Mesías, aquel que nos hará conocer todo. Quién sabe cuánto ha soñado con él, saboreado anticipadamente, deseado entre mil amores de una vida perdida. Estaba entrenada para los hombres, quizás amargamente: bastaba el rumor de un paso, el devenir de un gesto, el encanto de una mirada, y todo en ella se iluminaba: luz, gusto y disgusto. Quizás incluso alardeaba de ello con las amigas, quizás en la oscuridad de la alcoba o ante el espejo coqueteando consigo misma con aquella perspicacia femenina. Y sin embargo esta vez es un Hombre el que la sorprende: “Soy yo el que te habla” Y esto es suficiente para que cese su estilo desafiante junto a aquel pozo de amoríos, para que refresque toda su feminidad, para que le entre el deseo de un agua diversa: que apague la sed, verdadera y fresca.


Yendo al pozo a buscar agua, encuentra el Agua. Y pasa cuentas con aquel Hombre que le pide de beber. Que le ha dicho todo lo que ha hecho, todo lo que ha sido, todo en lo que podía convertirse de ahora en adelante. Fue una confidencia cara a cara, quizás una exigencia Suya. Poco importa que esperase justo el momento en que sus discípulos fueron a comprar víveres para abordarla, seducirla y llevarla paso a paso por las peripecias del corazón acostumbrado. ¿Los discípulos hubieran sido obstáculo? ¿Quizá se hubieran escandalizado de aquel encuentro el samaritano, el forastero, el defectuoso? Cristo prefirió no complicar las cosas: se arremangó y puso toda la carne en el asador haciendo de Dios. Los discípulos volvieron de la ciudad con los cestos a rebosar: comida y bebida. La mujer volverá a la ciudad: sin cántaro y olvidando el motivo por el que había ido al pozo, pero con el corazón lleno: de amor, de esperanza, de posibilidad. De sorpresa por aquel Hombre que le dijo todo lo que había hecho. Y lo más importante: todo lo que podía hacer de ahora en adelante.

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