Es una de las páginas evangélicas que de golpe me transporta a los bancos del colegio. Sucedía especialmente en las asignaturas de ciencias, que me resultaron antipáticas desde el primer día: apenas entregaba el examen escrito, me venía un fuerte deseo de poder recogerlo para concluir o corregir una operación en la que me había equivocado. Me hubiera bastado un momento y quizás hubiera redondeado la nota. Mirando de reojo los otros exámenes mientras entregaba el mío, percibía que los más resueltos y preparados para la materia habían resuelto el problema diferentemente. Razón por la cual deseaba situar mi examen entre los que eran mejores en mates o química. Eso jamás fue posible dada la escasa propensión a la distracción del profe en los instantes de la entrega de la prueba. Sin embargo mucho me temo que aunque hubiese tenido mejores notas en tales materias, no hubiera cambiado mi idiosincrasia hacia ellas.
He pensado todo eso cuando he sentido el eco de las palabras pronunciadas por el rico del evangelio de este domingo: “Entonces te ruego que envíes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta severamente y no vengan también ellos a este lugar de tormento”. Que es como decir: “Acepto un suspenso, pero antes deja que recomiende a mis amigos que para la próxima vez estudien”. Tajante la respuesta del Maestro:” “Tienen a Moisés y a los profetas. Que los escuchen. Parecido a mi profe de mates: haber estado atento y estudiado. Era como me decía mi profe tratando de explicarme que aunque me hubiese dado clases de repaso Arquímedes (sabía de mi pasión por los genios de la historia) yo no habría comprendido nada de las operaciones matemáticas.
Es el temor que expresa Jesucristo cuando habla del tiempo, sobre todo del tiempo desaprovechado. Dentro de las páginas del evangelio existe como una eterna lucha entre Ulises y las figuras de Abrahán y Moisés: la historia de Ulises es un círculo maravilloso cuya belleza inquietante reside en su eterno retorno a Ítaca, cerca de su Penélope. Abrahán en cambio sale de su tierra sabiendo que jamás regresará, todo dirigido hacia aquella Tierra que le ha sido prometida. El mensaje está claro: Ulises, aunque pierda la ocasión de vivir alguna experiencia, no debe temer porque la historia acabará en un retorno a lo conocido. No es como Abrahán que al salir sabe que lo que deja lo pierde: ha de firmar un cheque en blanco y debe invertir a fondo perdido por toda la eternidad. En Ítaca, tierra de Ulises, habita una repetida cotidianeidad. En el Sinaí, tierra de encuentro entre Moisés y su Dios, se abre el espacio de una insospechada y única revelación de amistad.
Ulises y el tándem Abrahán-Moisés, el pobre Lázaro y el rico que vestía de lino finísimo: el atestado sublime de que aquello que mañana será nuestro es simplemente lo que nosotros estamos eligiendo hoy. Sin posibilidad, una vez entregado el examen, de retomarlo para corregir los errores después de haberte dado cuenta de ellos. Y sin embargo para Lázaro y el rico del evangelio fue posible aquí abajo. Para ellos y para mí el mensaje sigue siendo el mismo: Dios te busca y te encuentra siempre. No te lo pierdas; o si no, te perderás. Esta es la perspectiva de la seductora belleza del Evangelio: el tiempo que pasa no vuelve. Tempus fugit. O lo firmas como protagonista, o lo pierdes para siempre. Y con él todas esas pequeñas historias que en él están contenidas: encuentros y partidas, adversidades y gozos, días de fiesta y tardes de amargura, miradas encantadoras y tenebrosas brumas que te las ocultan.
En el tiempo reside la inesperada ternura de Dios: dar a sus criaturas la posibilidad de escogerse el futuro. Porque no podrá haber verdadera alegría donde antes no hay verdadera libertad. Narra la literatura, que del mañana no hay certeza. El Evangelio la supera casi anulándola: del mañana tienes plena certeza. Acontecerá y será como decidirás que sea: de triunfador o de perdedor. No existe destino o fatalidad, sino la simple proyección de una libertad hecha historia. En nuestras historias de aquí abajo. Bajo la mirada libre y amable de un Dios respetuoso con tu libertad.
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