domingo, 8 de mayo de 2022

SU VOZ TIENE ALGO DE SEDUCTOR

 

 

 
Entre un tazón de leche y una madeja de lana se da el caso de que un día el profeta de Nazaret expone un cuadro en el intento de hacer escuela: un rebaño, un pastor, el eco de una voz. Si la imagen es familiar, el concepto se adentrará fácilmente, piensa Él. ¡Una pedagogía astuta y acertada! “Mis ovejas escuchan mi voz, no irán errantes ni se perderán, nadie las secuestrará” La voz de Cristo: el hombre de la voz extraordinaria, suscitaba la sed de quien lo escuchaba, conseguía crear gotas de emoción sólo con el timbre de su voz. Potencia de aquel Hombre. En treinta años de silencio ha aprendido la diferencia entre hablar y charlar: hablar es llenar el silencio de ideas y pensamientos, charlar es llenar el sonido de bla-bla-bla. A sus discípulos les enseñó que las palabras son como el agua: la más buena, apaga la sed; es límpida: viene de las profundidades de la tierra o de la altura de los montes. ¿Entiendes por qué Él encantaba a la gente?
Sus palabras hacían olor a perfume de lavandería, no se paraban ante el sonido, las firmaba con la vida. Sí, te conmovías. En el camino de Emaús, dos discípulos tristes, después de descubrir quién estaba bajo el semblante de aquel Caminante anónimo y aparentemente distraído, se obsequiaron una pregunta: ¿acaso no nos ardía el corazón mientras conversaba con nosotros a la largo del camino?
 

Personalidad garbosa, estimulante, incandescente. Piensa que un día los fariseos, enemigos declarados de Jesús, dijeron molestos: “Todo el mundo se ha ido tras Él” (Jn. 12,19) Tienen razón: aquel Hombre era un imán, un encantador. Manso pero no débil, pobre pero no pordiosero, calmado y cimbreño, franco y humilde, denso y sencillo, desenvuelto y sabio. Hombre de fuego y lágrimas, de adoración y de acción, hombre de panes, de peces y de vertiginosos pensamientos. Ha usado sabiamente la voz. Pero existía una razón: porque aun cuando hayamos hecho desaparecer el hambre del mundo, habremos hecho poco. Demasiado poco. El hombre no es únicamente un ser que alimentar, vestir, alojar, defender, curar y asegurar. Es también una criatura que iluminar, guiar, aconsejar, confortar, animar y elevar. El hombre es un ser que necesita palabras. El evangelio te da la razón: el Pastor ha de saber hablar. Con las palabras, con la vida. Pero ¿y el rebaño?

El rebaño escucha y sigue. En el evangelio. ¿Y entre nosotros qué? Mis ovejas, como párroco, se rompen el espinazo por Jesucristo. Saben que caminan hacia la Tierra Prometida. Quieren que yo sea positivo: me piden coherencia porque colaboran, porque en el día a día son puntuales. Han aprendido a sugerirme caminos nuevos, pasos hacia adelante. Me piden que vea el vaso medio lleno, que sea feliz, que rece, llore y sonría con ellos. En el evangelio una oveja que escucha es una oveja que se despierta, se sacude la pereza, alarga el paso. Yo no quiero cabizbajos, ciegos, descerebrados. Intentamos unir muchas manos para tener encendida la belleza de un rostro: el de Jesucristo. 
 
Yo y mi rebaño creemos que todo depende de las manos en las que los objetos se encuentren. Dos peces y cinco panes en mis manos son una buena merienda. En las manos de Dios alimentan multitudes. Entonces piensa: si mis razonamientos, mis miedos, mis esperanzas, mis sueños, mi familia, mis relaciones con los demás, los llevo en la mano, me pongo nervioso y nada más. Yo intento y enseño a cambiarlos de sitio y ponerlos en las manos de Dios. ¡Tantas veces dependen las responsabilidades y los proyectos de las manos en las que se encuentren! ¡Y cambia todo!

Escucha palabras verdaderas cuando las cosas no vayan bien y verás que todo irá mejor. Porque en tiempos de crisis hemos de aprender a distinguir la voz de un pastor de la de un mercenario. O de un vendedor de humo, que es su hermano gemelo. 

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