domingo, 20 de diciembre de 2020

La fidelidad de Dios y de María

 


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La liturgia de este domingo se abre con la oración colecta de la Iglesia que invoca sobre sí misma la fecundidad del Espíritu concedida a la Virgen María. Esta fecundidad se fundamenta en el presupuesto de la humildad, ya que Dios escoge a sus colaboradores entre los humildes, y produce gozo, porque la maternidad que se deriva es fuente de novedad y de vida. 

La maternidad espiritual es presentada como una fuerza extraordinaria que si bien es don de Dios, es también el resultado de una elección especial de la gracia. Es esta la razón por la que la Virgen en este domingo, es el centro de la celebración, tanto como ejemplo práctico a seguir, como referencia contemplativa, simbólica y real, del poder de Dios, capaz de hacer cosas grandes a partir de nuestro “sí”.

La figura de David que traslada el arca de la Alianza para construir una digna morada, una casa, un Templo, una estancia para Dios como cumplimiento de su promesa es potentísima. David querrá construir una casa para Dios y será Dios quien construirá una casa para David: un linaje de salvación a partir del más humilde y pequeño hijo de Jesé. Es la promesa de un Dios siempre fiel a sí mismo. El hecho que en Cristo Jesús nos vendrá comunicado todo el misterio de Dios es un ulterior testimonio de su iniciativa fiel respecto al hombre. Nada cae en saco roto o en el olvido. Dios mantiene lo que promete y su palabra es siempre eficaz. 

Correlativamente a este mensaje, la página de la Anunciación en el evangelio de este 4º domingo. Seguramente es la página más leída, amada y contemplada de la tradición católica. La aman los teólogos, los santos, losa artistas, pero también los simples fieles que reencuentran siempre en ella un misterio profundo. Es el anuncio de la Redención, como cumplimiento de las promesas de Dios, pero también como inicio de una nueva esperanza que supera el pasado y apunta hacia la eternidad. En ella encontramos el perfume de la salvación, toda su ternura y su potencia, escondida en las cosas sencillas. 

 

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El Arcángel con sus palabras expresará ante todo la continuidad con el pasado (…le dará el trono de David su padre) La Redención nace como un vástago del tronco de Jesé. Pero las palabras de Gabriel contienen una novedad inesperada: el Espíritu Santo que bajará sobre María y extenderá con su sombra en ella el poder del Altísimo. Es una cita que retoma la imagen de una las manifestaciones más importantes de Dios: la nube que acompaña al Arca (experiencia luminosa y oscura al mismo tiempo). En una palabra: Dios tomará posesión de María convirtiéndola en su morada entre los hombres. Esta imagen subraya al mismo tiempo la sacralidad de la naturaleza del Mesías que está por nacer e ilumina el papel de la Madre de Dios, el título ganado en la Tradición antes que el dogma propio, gracias a esta página de San Lucas. En las entrañas de María y en la humanidad de Cristo, Dios ha obrado y ha establecido su morada entre nosotros. 

Muchas veces en la predicación a partir de esta página de la Anunciación damos preponderancia a la dimensión activa de la respuesta de María o evidenciamos ese apelativo de “llena de gracia”, con la intención de demostrar la importancia de la Virgen en el plan de Dios. Este domingo nos ofrece la oportunidad de enfocar diversamente, poniendo el acento en la coherencia de la acción de Dios, el único sujeto que nos regala a David, a María y las promesas que unen a ambos hasta llegar a nosotros a través del anuncio de la Iglesia. En otras palabras, este domingo de Adviento podría dedicarse a la fidelidad de Dios, a su constante presencia de Padre, que a veces parece esconderse, pero que en realidad obra siempre con el fin de corregir y guiar a sus hijos hacia el camino de la libertad y la verdad. Dios salva siempre. Esta es la razón por la que Jesús viene a nosotros.

Mn. Francesc M. Espinar Comas

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