Nuestra humanidad, si no va con cuidado, puede dejarse arrastrar por lo exterior en detrimento de una vida interior de corazón y de espíritu. El miedo a ser rechazado por los hombres engendra el miedo: e insinúa entre nosotros un clima de desconfianza. El “miedo a la gente” no tiene su fuente en Dios. Cuando el miedo nos arrebata, es peligroso. El Espíritu Santo para curarnos nos concede el don del santo temor de Dios, un temor espiritual que ama la belleza de Dios y reconoce que Dios es el origen de todo. Éste nos libra del orgullo de creer que nosotros solos llevamos las riendas de nuestra vida.
El mensaje del Señor es un mensaje de amor que parte de un corazón que se siente amado por el Padre y que corresponde a ese amor. Nosotros, para sostener el combate de nuestra vida, vivimos del amor de Dios en la noche de la fe. De esta manera la humanidad es enriquecida por el misterio del amor divino siempre más grande, más comprensivo. El evangelio de este domingo nos pide no temer a aquellos que pueden matar al cuerpo sin poder matar al alma. El corazón humano de Jesús late al ritmo del Amor infinito de Dios. Este amor nos es comunicado por la victoria del Amor que desciende de la Cruz. Este combate fue vivido en el corazón de Jesús en su agonía. El corazón de María vigiló en la Cruz, como en Caná, a fin que fuéramos liberados.
Es el misterio de aquel que verdaderamente ama hasta el final. El Señor Jesús vence todo mal en la Cruz y nos hace creer realmente en su victoria. La gracia que nos concede el Señor nos llena de ternura. El combate que vivió Jesucristo puede ser percibido en nuestro interior. El mismo Señor combate en nosotros. Cada uno de nosotros vive de este amor infinito de Dios. Este amor nos ha sido otorgado por el Espíritu Santo que nos lo ha concedido para que el amor de Dios viva en nuestro corazón humano. De esta manera adquirimos la victoria del Amor. No dejemos que el temor de los hombres pueda invadir nuestra existencia y nuestro corazón. Queremos poner nuestra confianza en Dios: que es la fuente de todo bien. Es el amor infinito de Dios que nos salva. “Non abbiate paura. Aprite, anzi, spalancate le porte a Cristo” (No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo) estas fueron las palabras de San Juan Pablo II al inicio de su ministerio y que fueron como el santo y seña de todo su pontificado.
Proclamemos a toda la humanidad que las violencias que vivimos en nuestro interior serán vencidas. La victoria del amor de Dios invade nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra vida de bautizados. Nuestra humanidad es ya victoriosa en Cristo. Demos gracias por la victoria del Amor. Pidamos que Jesucristo, dulce y humilde de corazón, nos muestre cuán grande es en nosotros su presencia, a fin que nuestro amor sea un verdadero Amor.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
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