Dos hombres, Pilatos y Jesús, uno frente al otro. La comparación de dos poderes opuestos: Pilatos rodeado de legionarios armados e hipotecado por sus miedos. Jesús, libre y desarmado, depende sólo de lo que cree. Un poder se funda en la verdad de las armas y de la fuerza, el otro en la fuerza de la verdad. ¿Quién de los dos hombres es más libre y más hombre? Es libre quien depende únicamente de lo que ama. A quien la verdad ha hecho libre, sin máscaras ni miedos, hombre real.
¿Así pues tú eres rey? -Sin embargo mi reino no es de este mundo.
Jesucristo enfatiza la diferencia cristiana tantas veces explicada a los discípulos: vosotros estáis en el mundo pero no sois del mundo. Los grandes y poderosos de la tierra dominan e imponen, entre vosotros no sea así. Su reino es diferente no porque mire al más allá, sino porque propone la transformación de este mundo. Los reyes de la tierra combaten y se enfrentan entre sí, mis servidores hubieran combatido por Mí: el poder de aquí tiene el alma de la guerra, se nutre de la violencia. En cambio Jesús nunca ha contratado a mercenarios, jamás ha alistado ejércitos, nunca ha entrado en los palacios de los poderosos, sino como prisionero. “Enfunda la espada” ha dicho a Pedro; si no, la razón será siempre la del más fuerte, del más violento, del más cruel. Donde se hace violencia, donde se abusa, donde el poder, el dinero y el “yo” son agresivos y voraces. Jesús dice: no pasa por aquí mi reino.
Los servidores del rey combaten por sus señores. ¡En su reino no! Más bien el rey se hace servidor de los suyos: no he venido para ser servido sino para servir. Un rey que no destroza a nadie, se inmola Él. No derrama sangre de nadie, derrama su sangre, se sacrifica a sí mismo por sus servidores.
Ecce homo |
Pilatos no puede comprender, queda limitado por la afirmación de Jesús: yo soy rey, y con ello confecciona el título de su condena, aquella irrisoria inscripción para clavar en la cruz: ¡Este es el rey de los judíos! Que yo he derrotado, debe pensar. Y ha sido profeta involuntario: porque el rey es visible justo allí, en la cruz, con los brazos abiertos, donde el otro cuenta más que tu propia vida, donde se da todo y no se toma nada. Donde se muere amando obstinadamente. Este es el modo real de habitar la tierra, cuidando de ella.
Poco después de este diálogo Pilatos sale fuera con Jesús y lo presenta a la muchedumbre: he aquí el hombre. Asomado al balcón de la plaza, al balcón del universo, lo presenta a la humanidad. Ecce homo. El hombre más verdadero, el más auténtico de los hombres. El rey. Libre como nadie, amor como nadie, verdadero como nadie. La realeza de Cristo no es poder sino plenitud de lo humano, incremento de vida, intensificación de humanidad: “El Reino de Dios vendrá con el florecer de la vida en todas sus formas” (Giovanni Vanucci, O.S.M) «il Regno di Dio verrà con il fiorire della vita in tutte le sue forme».
Es necesario que Cristo reine en este nuestro mundo, a pesar de que su reino no es de este mundo. Sabemos perfectamente lo que da de sí que sea el mundo quien reina en nosotros; y sabemos muy bien cuánto ganamos en bondad si es Cristo quien reina en nosotros. No está en nuestra mano conseguir que Cristo reine en el mundo, pero sí que lo está que reine en nuestras vidas. Y como el mundo lo hacemos entre todos, hagámoslo bueno siendo nosotros buenos. Como decía santa Teresa, “seamos tú y yo buenos, y habrá en el mundo dos pillos menos”. Ése es el reinado de Cristo que está a nuestro alcance. Abrámosle pues las puertas a su reinado en el mundo a través de nuestro corazón. Y reinaremos con Él, y Él reinará con nosotros. Es la bellísima manera de ganarnos el cielo: conseguir que la gente diga de nosotros: “es un cielo”, y hacer que todo nuestro entorno se parezca todo lo posible al cielo al que aspiramos.