ENTRE EL FINAL Y EL FIN: DOS MIRADAS DIVERSAS
Un matiz gramatical para paladares refinados. Leyendo el final, la aventura cristiana aparece como la mayor quimera de la historia. Tantus labor non sit cassus: tanto trabajo para nada. Sin embargo si la escrutamos con un fin, la sorpresa tiene el sabor de las conquistas que escriben la historia. Mi historia avanza hacia una meta, hacia un fin. Entre el final y el fin discurre el gran río de la humanidad: hay quien lee el evangelio con los ojos tristes y funestos de quien no tiene esperanza; y hay otros que con el mismo evangelio se adentran con mirada confiada, aquella confianza que no es optimismo a bajo precio sino conciencia de Aquel que posee el regalo de la confianza. Aquí abajo está surgiendo un alba, están presentes las primeras luces de una Pascua que se están encendiendo, se advierte el eco de los ensayos musicales de un Dios que está organizando la fiesta de inauguración en lo Eterno. En medio un río -quizás el último, o bien el penúltimo, lo más probable es que sea uno de tantos que aún hay que cruzar-: en esta parte, mi historia; en la otra orilla, la historia de Dios. En medio, la eterna diatriba entre la esperanza y el desánimo, entre la inquietud de la búsqueda y la euforia de la sorpresa, entre la tristeza del Viernes Santo y el gozo de la Pascua, entre la sospecha y la desconfianza de que exista un Dios celoso que me ha abandonado en el mundo (vieja trampa de la serpiente) y apasionada confianza en un Dios que pide poder escribir una historia en mi compañía.
Perseverar es evangélico; es diabólico en cambio el renunciar a comprometerse, paralizados ante la puerta de la Iglesia, esperar en vano que la solución llegue no se sabe bien de dónde, no aprovecharse de pleno de los talentos que Dios te ha dado. Perseverar es permanecer en la trinchera de la batalla cuando todo te dice “vuelve a casa, ríndete, déjalo ya”. Y estando allí, a un paso de lo posible, toda rendición es traición. Porque mi historia camina hacia el final pero acercándose tremendamente a su fin: es decir, está madurando.
Por otra parte, Dios también persevera. Lo he visto perseverar esta mañana, y aquella perseverancia era como una bofetada. Me ha visto abrir los ojos y se ha recreado en los últimos bostezos de mi somnolencia y después ha perseverado: “También hoy, Francesc, me fío de ti: Buena Jornada”. Es toda una vida de tozudez conmigo; y esta perseverancia es cuanto menos embarazosa…
Mn. Francesc M. Espinar Comas
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