CUANDO CRISTO ELOGIÓ A LOS PATANES
Una de las pocas veces en que Jesús el Señor dio rienda suelta a su íntima percepción de las cosas (añadiendo una pizca de envidia hacia aquel mundo que en su corazón imagina diferente), fue cuando afirmó “que los hijos de este mundo son más astutos hacia los suyos, que los hijos de la luz”. Eso es como reprochar a sus discípulos lo poco sagaces que son incluso sabiendo que Él está junto a ellos. Es decir: los llamó “tontitos”.
La parábola de este domingo es complicada y está llena de intriga: habla de un administrador, de un amo y de una media trampa en plena regla (¡me imagino que algunos de mis parroquianos que han estado en la cárcel, me dirán que esa es su historia!) El administrador infiel, al ver que su amo lo destituye por corrupto no sin antes darle la oportunidad de una defensa honesta, para cubrirse la retirada echa mano de su astucia: hace descuento a los deudores de su amo para ganarse su amistad y simpatía. Y quizás hasta el reconocimiento que le podrá ser útil en el mañana cuando se tendrá que remangar y buscar un nuevo empleo. El mismísimo Cristo alaba esta astucia. ¿Significa esto, ya fuera de la parábola, que Dios elogia el engaño y la corrupción? No. Un hombre de una pieza y de mirada limpia como Él, no hubiera nunca metido la pata apadrinando la Mentira. Lo que Él elogia es la astucia, la iniciativa rápida, el carácter resolutivo, la intuición de aquel administrador. En los tiempos antiguos la ganancia del administrador era restada de la ganancia del amo. De esa porcentual tendrá que vivir. Y él es capaz de un contraataque de manual. Es como decir: renuncio a una parte de mis ganancias, que me corresponderían por derecho con tal de poderme asegurar una vía de escape. ¡Nunca se sabe!
Y es ahí donde reside su grandeza: renunciar a algo ahora para invertir en el futuro. Quizás más: renunciar a algo atractivo como el dinero para invertir en afectos y vínculos, en amistad y proximidad, en humanidad y esperanza. Que es lo que sus discípulos -y Jesús lo dice con amargura- no son capaces de hacer: arriesgar la seguridad de una pequeña atadura para saborear el riesgo de la verdadera libertad, la que alegra el corazón del hombre y de la historia.
Más que moralista -el Señor no lo fue nunca-, el evangelio nos refleja a un Jesús despierto, capaz de captar en las actitudes profanas y paganas aquellos fragmentos de belleza y autenticidad que tanto fervor traerían a esa pequeña Iglesia que está naciendo. De este modo aquel administrador pasa de ser figura pérfida y delictiva a convertirse en modelo de medida. Porque él, a pesar de haberse complicado la vida con el dinero, es capaz de encontrar algo que supera de largo aquel valor, considerado insuperable: no acepta convertirse en su “esclavo”, lo arriesga con tal de ganar vínculos y afectos.
El Maestro no desaprovecha la ocasión para sacar una enseñanza para sus amigos: el más siempre es posible. El hombre está siempre en estado de parto, está siempre construyéndose. Y Dios es siempre un Dios que sorprende y desplaza. Un Dios que se acurruca en el corazón del hombre para hacerle crecer, arriesgando y empujándolo hacia inversiones que hagan olor a novedad y autenticidad plena.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
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