San Juan Bautista en su predicación, austera pero sincera, anuncia la esperanza que se engendra por la conversión del corazón. Verdadera porque realmente el corazón del hombre es asaltado por tantísimas pasiones egoístas y orgullosas que lo llevan a creerse autónomo, suficiente a sí mismo sin ninguna necesidad de salvación. Para estos superhombres de todos los tiempos, el Bautista tiene palabras terribles y fuertes apelativos: «Raza de víboras. ¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?» Palabras inusitadas en la predicación de nuestros tiempos, pero que tienen todo su peso en un mundo hostil o indiferente a los problemas de la fe. El progreso de las ciencias ha llevado al hombre en su estúpido orgullo a creerse dueño, amo y señor del mundo y a prescindir por tanto de Dios y de todas las normas de honestidad por Él dictadas.
Podríamos exclamar con San Pablo: «mientras descubren las maravillas de lo creado, olvidan a su Creador». Si esto era reprobable en tiempos paganos, es absolutamente carente de sentido y propio de idiotas después de dos mil años de cristianismo, especialmente por parte de aquellos que han recibido el sello bautismal con el don del Espíritu Santo. La espera de la Navidad sea como un timbre de alarma, una señal de activación para cuantos duermen el sueño de la indiferencia o de la hostilidad en relación con la fe. La misericordia del Señor es más grande que la obstinación del hombre y siempre dispuesta a la acogida.
María, la joven doncella de Nazaret, nos enseña a permanecer en la fe, día tras día. María nos invita a estar preparados porque Dios viene cuando menos te lo esperas, incluso a un rincón perdido como Nazaret. Para nacer en nosotros, Cristo pide un corazón puro, transparente y disponible como el de su Madre. Un corazón que sepa reconocer a los ángeles y las anunciaciones que recibimos cotidianamente. María se convierte en la «ianua coeli», la puerta del cielo que permite a Dios entrar en la Historia. Si abrimos nuestro corazón como la Virgen Inmaculada, también nosotros podremos convertirnos en instrumentos de Dios.
Digámoslo a todos, amigos: Dios ha venido y está a nuestro alcance. Lo podemos conocer. Está presente. Y es evidente y obvio.

