Por Celia Naharro
La sociedad de la abundancia en la que hemos vivido en el mundo occidental, a ritmo vertiginoso, no ha traído mayores cotas de felicidad a sus habitantes. Los gobiernos, obsesionados por crecer económicamente, olvidaron otros aspectos fundamentales para el bienestar. Hoy, en esta crisis sin precedentes, también la economía manda y parece que todo vale en pro de los objetivos de déficit y crecimiento. Muchas familias, ahogadas unas por la pobreza y frustradas otras por no poder llevar el mismo nivel de vida que antes, se encuentran perdidas. ¿No será que estamos buscando la felicidad por el camino equivocado?
Nadie puede negar que la obsesión por la riqueza y el crecimiento económico del mundo occidental, característica principal del sistema capitalista, ha llevado a millones de personas en el planeta al hambre y la pobreza. A la vez, en las sociedades ricas crecen los niveles de sufrimiento, ansiedad e insatisfacción. Por eso, economistas de todo el mundo se han puesto a estudiar los factores que influyen en el bienestar de las naciones. Y en ese contexto se desarrolla una nueva disciplina, la Economía de la Felicidad.
Gabriel Leite Mota, investigador en la Escuela de Economía y Gestión de la Universidad del Miño, en Braga (Portugal) y primer y único economista portugués doctorado en Economía de la Felicidad, explica que la relación entre riqueza y felicidad no es lineal. “Quizá sea así en los países pobres, pero en las naciones del primer mundo hemos comprobado cómo es imprescindible tener en cuenta otras variables, como la calidad de las instituciones; unas buenas relaciones con la familia, los amigos o los compañeros de trabajo; el capital social; la educación; la sostenibilidad ambiental…”, dice.
Por eso, considera totalmente necesario que los gobiernos lo tengan en cuenta y desarrollen políticas en este sentido. “Tienen que entender que hay que cambiar el rumbo, que no queremos y no podemos salir de esta crisis con políticas del pasado, que son las que nos condujeron a donde estamos hoy. Y eso significa que hay que mirar más allá del crecimiento económico”, asegura el profesor.
Pero para llegar al objetivo de hacer una sociedad más feliz, el cambio ha de producirse también en nuestra forma de vivir, es decir, que la tarea es de todos, según Leite Mota. “Son las políticas contra las que hay que luchar las que han traído una crisis que está sumiendo en la pobreza a muchas familias pero también es cierto que la crisis es una oportunidad para que la gente entienda que el camino del consumismo y de la acumulación no vale”.
Vidas felices. Vidas felices. A pesar de la fuerza de la cultura dominante, que ha hecho del dinero, la competitividad, el éxito, el placer o el culto al cuerpo y la imagen sus grandes ídolos, no es difícil encontrar a nuestro alrededor personas con una vida sencilla y feliz, basada en otros principios.
Es el caso de Ana y Mariví, a las que la crisis dejó en el paro después de años trabajando en el sector textil. También a sus maridos que, como buena parte de los hombres en su pequeño pueblo manchego, vivían de la construcción. “Habíamos vivido muy bien, pero tuve que vender todo y ahora solo tengo mi huerta y mi piso de alquiler”, explica Ana. Su huerta, la huerta de la que comió su familia durante años, con su abuela al frente, es la que les ha devuelto el sustento y, de paso, les ha regalado una felicidad construida desde lo pequeño y sencillo que nunca antes habían experimentado.
Hoy “las hortelanas de Moral de Calatrava” proveen de cestas de verduras ecológicas a varios grupos de consumo en la provincia y ejercen de nexo de unión entre ellos, haciendo posible que se tejan redes en torno a otra manera de consumir, de comer y de estar en contacto con la tierra. “Ha sido un proceso de aprendizaje, un camino de vuelta a las raíces. Y hemos estado dos años tirando de la ayuda familiar hasta que hemos sacado algo de beneficio que nos ha permitido tener un sueldo, humilde pero suficiente”, dice esta mujer risueña que contagia su alegría. “Trabajar al aire libre es maravilloso. Te da el silencio, unos atardeceres impresionantes…y no existe la prisa. Las personas con las que nos relacionamos entienden y comparten esto y tienen otros valores. Mucha gente está creyendo en nuestro proyecto, nos apoyan, nos mandan e-mails dándonos ánimos, nos dicen que todo les parece bueno, nos dan las gracias, nos cuentan cómo huele su cocina cuando llegan con la cesta de verduras… ¿qué más podemos necesitar para ser felices?”.
Más compromiso. Lola e Israel son un matrimonio joven con dos niños de 3 y 5 años, Ana y Alonso. Actualmente viven con el sueldo de Israel, 884 euros, con los que pagan hipoteca y gastos. Vivir con un solo sueldo fue fruto de una decisión libre y meditada, fundamentada, por un lado, en el deseo de disfrutar de la crianza de sus hijos y, por otro, en su identidad cristiana. “Fuimos muchos años militantes de la JOC y ahora lo somos de la HOAC. En estos movimientos de acción católica el tema económico está muy presente, en el sentido cristiano de optar por los más pobres y de considerar que todo lo que tienes no es tuyo, sino que le pertenece a los demás. Nos sentimos hermanos de los que no tienen mucho”, explica Lola.
Han tenido que introducir cambios en su estilo de vida y ya no salen a cenar los fines de semana ni se van de casa rural dos o tres veces al año, como hacen sus amigos. “Pero no lo vivimos como una renuncia, porque descubres otra manera de encontrarte con la gente. Nosotros abrimos las puertas de nuestra casa a todo el mundo, por ejemplo”. Reutilizar todo lo posible –estableciendo redes de intercambio de ropa de niños con las madres del colegio, por ejemplo–, hacer la compra de forma responsable, local y con productos de temporada, o planificar bien lo que se come y cocina son algunas de sus rutinas.
La Navidad se convierte en una puerta abierta a la creatividad. Este año están haciendo para los niños unos taburetes decorados con personajes de dibujos. Además están cosiendo unas muñecas de trapo para Ana y un juego de la oca para Alonso. Para el resto de la familia, unas preciosas bolsas de tela para ir a la compra…. Todo artesanal y con materiales reciclados. “Nunca hemos vivido más dignamente que ahora. Nos llena compartir tiempo con los niños, la familia y los amigos –sin necesidad de hacerlo siempre gastando dinero– y ser personas con un compromiso. Y soy una mujer totalmente libre, estoy haciendo lo que quiero”, asegura Lola.
Desprenderse. Desprenderse de lo material. Dice Gabriel Leite Mota que en las sociedades ricas hay cada vez más depresiones. “Hay muchas personas que siguen invirtiendo solamente en consumo. Y la satisfacción que nos producen los bienes materiales se va deprisa, entrando en un camino viciado que no consigue más felicidad, sino todo lo contrario”. Este fue el caso de Miguel Ángel, que pasó buena parte de su juventud sintiéndose vacío. Con 16 años comenzó a trabajar en Mercamadrid, con un sueldo bastante elevado para su edad. Pasaba muchas horas trabajando y cuando llegaba el fin de semana salía de copas con los compañeros. Después del alcohol vinieron las drogas…
Podía gastarse 300 euros en un fin de semana. Cuando no había plan, pasaba el tiempo en los centros comerciales, en el cine y en las tiendas, comprando lo último. “Llenaba mi vida con cosas materiales. Gastaba tanto en salir y comprar que a veces no llegaba a fin de mes y terminaba tirando de tarjeta de crédito”, explica. Incluso llegó a aceptar un segundo trabajo para ganar más dinero. “Yo me daba cuenta de que no era feliz, de que no encontraba sentido a mi vida. Estaba destrozado psicológicamente. Empecé a leer, a reflexionar y a ser consciente de que tenía un problema”.
Dejó sus dos trabajos y empezó a tratar sus adicciones para intentar superarlas. La fe también le ayudó en el camino al cambio. “Empecé a ser más creativo en mi ocio, no tenía esa ansia por vivir lo inmediato, por el placer tan rápido y el comprar. Me centré en otras cosas y en darme a los demás. Y fui experimentando que se podía vivir de otra manera, más sencilla y austera. Me sentía cada vez mejor”. Su sueldo hoy no llega a 900 euros. Quitándole todos los gastos fijos, a Miguel Ángel le quedan unos 150 euros. Y vive, con una vida plena que le humaniza.
Todo apunta a que no lograremos ser una sociedad feliz mientras no rompamos el paradigma económico que tiene el crecimiento como único objetivo. Paralelamente, en nuestro día a día, quizá el reto sea aprender a vivir con sencillez, a depender menos de las cosas, a volver a lo esencial. Seguro seremos más libres y, por ende, más felices. •
Gabriel Leite Mota, investigador en la Escuela de Economía y Gestión de la Universidad del Miño, en Braga (Portugal) y primer y único economista portugués doctorado en Economía de la Felicidad, explica que la relación entre riqueza y felicidad no es lineal. “Quizá sea así en los países pobres, pero en las naciones del primer mundo hemos comprobado cómo es imprescindible tener en cuenta otras variables, como la calidad de las instituciones; unas buenas relaciones con la familia, los amigos o los compañeros de trabajo; el capital social; la educación; la sostenibilidad ambiental…”, dice.
Por eso, considera totalmente necesario que los gobiernos lo tengan en cuenta y desarrollen políticas en este sentido. “Tienen que entender que hay que cambiar el rumbo, que no queremos y no podemos salir de esta crisis con políticas del pasado, que son las que nos condujeron a donde estamos hoy. Y eso significa que hay que mirar más allá del crecimiento económico”, asegura el profesor.
Pero para llegar al objetivo de hacer una sociedad más feliz, el cambio ha de producirse también en nuestra forma de vivir, es decir, que la tarea es de todos, según Leite Mota. “Son las políticas contra las que hay que luchar las que han traído una crisis que está sumiendo en la pobreza a muchas familias pero también es cierto que la crisis es una oportunidad para que la gente entienda que el camino del consumismo y de la acumulación no vale”.
Vidas felices. Vidas felices. A pesar de la fuerza de la cultura dominante, que ha hecho del dinero, la competitividad, el éxito, el placer o el culto al cuerpo y la imagen sus grandes ídolos, no es difícil encontrar a nuestro alrededor personas con una vida sencilla y feliz, basada en otros principios.
Es el caso de Ana y Mariví, a las que la crisis dejó en el paro después de años trabajando en el sector textil. También a sus maridos que, como buena parte de los hombres en su pequeño pueblo manchego, vivían de la construcción. “Habíamos vivido muy bien, pero tuve que vender todo y ahora solo tengo mi huerta y mi piso de alquiler”, explica Ana. Su huerta, la huerta de la que comió su familia durante años, con su abuela al frente, es la que les ha devuelto el sustento y, de paso, les ha regalado una felicidad construida desde lo pequeño y sencillo que nunca antes habían experimentado.
Hoy “las hortelanas de Moral de Calatrava” proveen de cestas de verduras ecológicas a varios grupos de consumo en la provincia y ejercen de nexo de unión entre ellos, haciendo posible que se tejan redes en torno a otra manera de consumir, de comer y de estar en contacto con la tierra. “Ha sido un proceso de aprendizaje, un camino de vuelta a las raíces. Y hemos estado dos años tirando de la ayuda familiar hasta que hemos sacado algo de beneficio que nos ha permitido tener un sueldo, humilde pero suficiente”, dice esta mujer risueña que contagia su alegría. “Trabajar al aire libre es maravilloso. Te da el silencio, unos atardeceres impresionantes…y no existe la prisa. Las personas con las que nos relacionamos entienden y comparten esto y tienen otros valores. Mucha gente está creyendo en nuestro proyecto, nos apoyan, nos mandan e-mails dándonos ánimos, nos dicen que todo les parece bueno, nos dan las gracias, nos cuentan cómo huele su cocina cuando llegan con la cesta de verduras… ¿qué más podemos necesitar para ser felices?”.
Más compromiso. Lola e Israel son un matrimonio joven con dos niños de 3 y 5 años, Ana y Alonso. Actualmente viven con el sueldo de Israel, 884 euros, con los que pagan hipoteca y gastos. Vivir con un solo sueldo fue fruto de una decisión libre y meditada, fundamentada, por un lado, en el deseo de disfrutar de la crianza de sus hijos y, por otro, en su identidad cristiana. “Fuimos muchos años militantes de la JOC y ahora lo somos de la HOAC. En estos movimientos de acción católica el tema económico está muy presente, en el sentido cristiano de optar por los más pobres y de considerar que todo lo que tienes no es tuyo, sino que le pertenece a los demás. Nos sentimos hermanos de los que no tienen mucho”, explica Lola.
Han tenido que introducir cambios en su estilo de vida y ya no salen a cenar los fines de semana ni se van de casa rural dos o tres veces al año, como hacen sus amigos. “Pero no lo vivimos como una renuncia, porque descubres otra manera de encontrarte con la gente. Nosotros abrimos las puertas de nuestra casa a todo el mundo, por ejemplo”. Reutilizar todo lo posible –estableciendo redes de intercambio de ropa de niños con las madres del colegio, por ejemplo–, hacer la compra de forma responsable, local y con productos de temporada, o planificar bien lo que se come y cocina son algunas de sus rutinas.
La Navidad se convierte en una puerta abierta a la creatividad. Este año están haciendo para los niños unos taburetes decorados con personajes de dibujos. Además están cosiendo unas muñecas de trapo para Ana y un juego de la oca para Alonso. Para el resto de la familia, unas preciosas bolsas de tela para ir a la compra…. Todo artesanal y con materiales reciclados. “Nunca hemos vivido más dignamente que ahora. Nos llena compartir tiempo con los niños, la familia y los amigos –sin necesidad de hacerlo siempre gastando dinero– y ser personas con un compromiso. Y soy una mujer totalmente libre, estoy haciendo lo que quiero”, asegura Lola.
Desprenderse. Desprenderse de lo material. Dice Gabriel Leite Mota que en las sociedades ricas hay cada vez más depresiones. “Hay muchas personas que siguen invirtiendo solamente en consumo. Y la satisfacción que nos producen los bienes materiales se va deprisa, entrando en un camino viciado que no consigue más felicidad, sino todo lo contrario”. Este fue el caso de Miguel Ángel, que pasó buena parte de su juventud sintiéndose vacío. Con 16 años comenzó a trabajar en Mercamadrid, con un sueldo bastante elevado para su edad. Pasaba muchas horas trabajando y cuando llegaba el fin de semana salía de copas con los compañeros. Después del alcohol vinieron las drogas…
Podía gastarse 300 euros en un fin de semana. Cuando no había plan, pasaba el tiempo en los centros comerciales, en el cine y en las tiendas, comprando lo último. “Llenaba mi vida con cosas materiales. Gastaba tanto en salir y comprar que a veces no llegaba a fin de mes y terminaba tirando de tarjeta de crédito”, explica. Incluso llegó a aceptar un segundo trabajo para ganar más dinero. “Yo me daba cuenta de que no era feliz, de que no encontraba sentido a mi vida. Estaba destrozado psicológicamente. Empecé a leer, a reflexionar y a ser consciente de que tenía un problema”.
Dejó sus dos trabajos y empezó a tratar sus adicciones para intentar superarlas. La fe también le ayudó en el camino al cambio. “Empecé a ser más creativo en mi ocio, no tenía esa ansia por vivir lo inmediato, por el placer tan rápido y el comprar. Me centré en otras cosas y en darme a los demás. Y fui experimentando que se podía vivir de otra manera, más sencilla y austera. Me sentía cada vez mejor”. Su sueldo hoy no llega a 900 euros. Quitándole todos los gastos fijos, a Miguel Ángel le quedan unos 150 euros. Y vive, con una vida plena que le humaniza.
Todo apunta a que no lograremos ser una sociedad feliz mientras no rompamos el paradigma económico que tiene el crecimiento como único objetivo. Paralelamente, en nuestro día a día, quizá el reto sea aprender a vivir con sencillez, a depender menos de las cosas, a volver a lo esencial. Seguro seremos más libres y, por ende, más felices. •
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