Reflexión a modo de notas hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo
Giotto: Las bodas de Caná |
SE MARCHÓ: ¡Y AHORA VIENE LO BUENO!
Se marchó. Partió. Y ya nadie podrá detenerle. Y en el capítulo final de su historia, un puñado de clavos y un madero desnudo le esperarán: nada podrán ni siquiera aquellos que desde el inicio lo tildaron de agitador de las esperanzas, y esperanza de quien ya no la tenía. Allá arriba, justo tras el Gólgota de la desesperación, una brisa de primavera hará que en la mañana hebrea germine la certeza de que la vida no muere. De tal manera que aquel parón de tres días en realidad será un nuevo trampolín para la Vida misma. Treinta años atrás -en el momento de los Magos y los Pastores- había villancicos, inciensos aromáticos y aroma de pan. Hoy, en medio del pobre banquete de la fiesta, hay seis ánforas de vino sin una gota de vino: se transformarán en racimos apenas prensados y convertidos en excelente vino. Mañana allá arriba, tras la alegría y la algarabía de Jerusalén, el silencio de las peores noches y una esponja con el vinagre: altísimo reconocimiento para quien ha bebido un vino de solera en el salón de Caná de Galilea. Así funcionan los hombres.
Y sin embargo se va: es una mujer la que anima los primeros pasos de aquel Hombre que de pequeño aprendió de ella a estar en pie. Hoy es ella a señalarle los primeros pasos de hombre: “marcha, Hijo mío, y que Dios te bendiga”. Lo seguirá por los senderos tortuosos de Galilea, guardará silenciosa los elogios de quien un día le gritará: dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Lo escrutará desde lejos, dulcemente madre: custodiará los pensamientos dejados en el sendero, alejará tristes presagios, recogerá confidencias y temores de aquel grupo que pronto se escogerá, permanecerá en pie bajo el peso de aquel Madero al que lo colgarán: Él, Hijo único de Madre virgen. Y después se volverán a abrazar en el alba de Pascua, en aquella aurora que tendrá el sabor del reencuentro.
Sísifo (Tiziano - 1548) |
El objetivo del cristiano no es una bienaventuranza privada, es el todo. Él cree en Cristo, cree pues en el fututo del mundo, no únicamente en el propio futuro. Sabe que este futuro es más de cuanto él se puede procurar. Sabe que hay un Sentido que no puede destruir. Pero debido a esto ¿permanecerá mano sobre mano? ¡Al contrario! Justamente porque sabe que hay un sentido, puede y debe llevar a cabo la obra de la Historia; aunque desde su pequeño rincón, tendrá la impresión de que su esfuerzo sea como el trabajo de Sísifo y que la roca del destino humano esté continuamente suspendida en el aire, edad tras edad, para después volver a caer hacia abajo, volviendo vanas las precedentes fatigas.
Quien cree sabe que se va hacia adelante, que no se gira alrededor. Quien cree sabe que la historia no se parece a la tela de Penélope, tejida y destejida continuamente. También el cristiano podrá ser asaltado por las desconcertantes pesadillas de la angustia frente a la aparente esterilidad del obrar humano. Pero en su pesadilla penetra la voz salvífica y trasformadora de la realidad: ¡tened ánimo, yo he vencido al mundo! (Jn. 16, 33) El mundo nuevo, simbolizado en la imagen de la Nueva Jerusalén con la que la Biblia concluye, no es una utopía, sino una certeza tras la que vamos al encuentro en la fe. Hay una redención del mundo: he aquí la firme confianza que sostiene al cristiano y que lo convence de que también hoy vale la pena ser cristiano.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
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