domingo, 26 de abril de 2020

HISTORIA DE DOS FRACASADOS: UNO MÁS EL OTRO


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Es la mañana de Pascua. Por un camino tortuoso, dos hombres de mediana edad, van rápidos girando los hombros a Jerusalén, cuyas alturas cada vez desaparecen más detrás de las otras que siguen con ondulaciones de cimas y valles continuos. Hablan entre ellos. Dirección Emaús. En aquel mismo día y en aquella misma tarde eran muchos los discípulos desanimados, encerrados en sus casas o en el viaje de regreso de Jerusalén después de la fiesta de Pascua. Tenían la sensación de que todo un mundo se había desmoronado y se hubiesen despertado amargamente después de un sueño demasiado hermoso. Todo parecía acabado. Años de esperanza y entrega, años de prodigios que auguraban magníficos triunfos, años de fe y espera, de dulzura y luz. Aquellos dos tipos debían ser de aquellos que dejan espacio para los ideales en su corazón. Para ellos aquella muerte está teñida de fracaso. Así debían ser aquellos dos pabilos humeantes que el Maestro estaba dispuesto a reavivar. 

Jesús se les acerca con mucha delicadeza. Ellos van de camino, sumidos en la tristeza, la soledad, dialogantes y necesitados de ayuda. Sin estruendos ni golpes de escena, silenciosamente, les alcanza a lo larga del camino que estaban recorriendo. Ellos vieron su sombra, se dieron la vuelta, les seguía. Tenía el aspecto humilde y común de un caminante que alarga el paso para no caminar solo. Les alcanza. Es un Jesús velado bajo la apariencia modesta de un pobre caminante. Ellos no lo reconocen. Se les acerca en la hora de la tristeza: es una regla de su conducta. A la Magdalena se le apareció mientras lloraba, a los Once mientras estaban tristes y alterados cerca del lago después de una noche de pesca infructuosa, a Tomás en la hora de la incredulidad. Ellos son sólo dos: a partir de ahora serán tres. 

Estaban razonando y discutiendo entre ellos. Tema de gran importancia. Se habla de lo que está en el corazón. Está en el corazón lo que se busca. Se busca lo que se ama. Conclusión: están hablando de un Amor. Se les acerca pero no quiere deslumbrarles sino instruirles y confortarles. De hecho Jesús empieza con una pregunta. Les busca para fortalecerles el corazón, para corregirles e iluminarles. Pero no empieza con el tema: se introduce con dulzura, con una pregunta simple, natural y discreta: “¿De qué discutíais por el camino?” Toda su atención está centrada en su melancolía. Y les acompaña en su crisis, en sus dificultades. No les sermonea. Les explica las cosas de manera que les abrase el corazón. Es decir con respuestas verdaderas, precisas, claras, eficaces. Las que todos buscamos para nuestros problemas, dudas, incertidumbres. Y con ellas se ganó su confianza. Cleofás que debía ser de temperamento impulsivo y expansivo, sujeto a subidones y bajones, presa de abatimientos y euforias como todas las personas de ánimo generoso, estaba deseoso de apoyarse en alguien y compartir aquel sufrimiento del corazón. 

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Jesús les deja hablar y quizás con su mirada tierna, llena de interés, les anima a hacerlo. Ellos le muestran su pena espiritual. Sufrían: eran hombres que requerían cuidados, necesitaban ser acariciados. Y en medio, el silencio, el sosiego que llega y en lontananza Emaús. Y Jesús sin pedir nada a cambio finge seguir adelante. No pide nada, no quiere nada, no pretende nada. Y es por ello que los dos le ruegan: “Quédate junto a nosotros”  La invitación se dirige a Quien les había corregido brevemente, sin acritud, con amorosa y serena dulzura, movido por puro amor y no por el deseo de una satisfacción personal. Nada de insultos, nada de palabras inútiles, generadas por la impaciencia o la locuacidad. Aquel peregrino verdaderamente tenía el poder de reanimarles. Parecía que únicamente hablase pero sin embargo les tocaba el corazón, lo hacía arder…

Los discípulos le pidieron que se quedase con ellos. Y arguyeron una razón diferente a la más profunda. Dijeron “Porque atardece” en vez de decir “Deseamos tu compañía”. Lo forzaron con el amor. Fue Él a acercárseles. Ahora son ellos a refrenarlo. Entra y en el momento de partir el pan, lo reconocen. Los corazones latían a un ritmo desesperado, una gran emoción les invadió. “Es Él”. Pero sin ellos advertirlo, despareció a la vista de sus ojos. Y los discípulos recuerdan cuando le reconocieron: “Al partir el pan”. El mismo gesto que había llevado a cabo con sus discípulos cuando les dijo “Haced esto en mi memoria”  Y los mismos dos que habían iniciado el camino cansados y deprimidos, ahora regresan sin demora a Jerusalén, ansiosos de anunciar a sus amigos que Jesús ha resucitado, que está vivo, que ellos lo han encontrado. Cansados de caminar ahora corren. ¡Qué fuerte este compañero de camino!

Mn. Francesc M. Espinar Comas

domingo, 19 de abril de 2020

Jesús siempre llama dos veces


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Contemplado con mirada mezquina, aquella noche Tomás tomó las de Villadiego a pesar de aquella promesa que manifestaba su disposición a hacer cualquier cosa por el Maestro. Días en los que se prometía gozo y júbilo, milagros y consuelos. Pero los días de la verdad fueron los que para él se convirtieron en vergüenza, de Gólgota y derrota, de decepción y frustración. ¿Quién hubiera osado pensar en un final tan ignominioso para aquel Rabbí tan aclamado en los días de la predicación y de la notoriedad? Apesadumbrado por la vergüenza: así me imagino a aquel discípulo que se convertirá en proverbio, aquella alma aturdida y confundida. 

Fue un hombre que esperaba, amaba, soñaba, imaginaba: el hombre de los tiempos conjugados en pretérito imperfecto, el tiempo de la desilusión y de la quimera, de los malentendidos y de los aturdimientos, de la necedad perdida y de las excusas hasta el umbral de casa. Como Judas, justo a mi lado: tanto como para enfadarse por aquel final ignominioso. 

No dio crédito a sus ojos en la Montaña de la Calavera: imagínate si podía dar crédito y prestar oídos a los apóstoles dentro del Cenáculo de los Refugiados. Creer por lo que decían: las mujeres, los compañeros de otro tiempo, las confidencias de la primavera pasada. A Tomás, decepcionado quizá tras muchas decepciones, le costaba dar crédito a las confidencias. Imaginaos si iba a dárselo a aquella inimaginable de aquella tarde: ¡Hemos visto al Mesías! Aquí necesitaba poner el dedo en la herida del amor. Y acto seguido su reproche, con retraso y con la amargura del corazón: si no ve, no creerá. Pero también los ojos pueden engañar y añade la prueba de las manos: si no toca con las manos y mete el dedo no creerá. La carne esta vez tendrá que tocar carne para poder decir que es Él: el acariciar la carne, el tocar la piel, yacer en las heridas. Y he aquí una voz que penetra desde el umbral. Ocho días después: la misma casa que la otra vez, la misma cuadrilla de la semana pasada. ¿Quién sabe como habrá pasado la semana? ¿Será aún la Luz de antaño? Punto y final: esta vez con Tomás. 

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Y fue una derrota plena: “Señor mío y Dios mío”. Un desmorone ante el cual ninguna victoria supo aguantar aquella increíble belleza: desde entonces, Tomás fue ya siempre de Él. Para siempre, a ultranza, sin ni siquiera quizás acabar de  adentrar aquel dedo con el que había amenazado. Victorioso en su ánimo pero siempre un peldaño por debajo, desde donde podrá figurar como el más recóndito de los creyentes. “Bienaventurados los que creerán sin haber visto”. Es la última bienaventuranza del evangelio, la única no pronunciada sobre el Monte junto a las otras; pero la más audaz y prometedora: la que está a un paso, al alcance de todos. Más aún: cuanto más se aleja del tiempo de la primera Pascua, más el hecho de creer será obra de almas puras y efervescentes. Tan luminosa como para dejar de lado a los sentidos y creer en la alegría. Como para encuadernar y recapitular con el advenimiento de ésta. Porque no se cree por hastío o rencor, algunos no creen por el excesivo gozo: el último desafío de Satanás es engañar acerca de la posibilidad de la alegría. Quizás por eso Cristo vuelve. Para acallar y silenciar a un Demonio cuya única preocupación fue la de enseñar a sospechar acerca de la bondad de Dios. El Demonio teme a la alegría. Cristo la dobla y multiplica.  Para no contradecirse a sí mismo.  

Mn. Francesc M. Espinar Comas

domingo, 12 de abril de 2020

Jesucristo ha resucitado


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La acreditación de una victoria. Luces: es la respuesta definitiva. Las murallas milenarias de la vieja ciudad de Jerusalén dormían en el silencio. El ruido del mercado, del canje y de las traiciones había dejado paso a la nostalgia de una noche diferente a todas las demás. En las fondas desiertas no se hablaba de otra cosa que de ese grupo de discípulos que de repente habían huido poseídos por el temor. Jerusalén parecía haber perdido en pocas horas el rostro que le había dado celebridad. En la lejanía los rebaños guardados en la sombra de los olivos de Belén, las entrañas que habían dado vida a ese sueño, que había diseñado los primeros pasos de aquel Hombre. Parecen milenios de lejanía y sin embargo este viaje ha durado sólo treinta años.

Me he adentrado también yo en uno de esos callejones desiertos, empapados de incienso y mirra, besados ​​por los sueños, por los perfumes y engalanados por fragmentos de milenaria civilización. Me he escondido tras haber perdido las huellas de aquel Hombre, que clavado en una Cruz, se alzaba encima de aquel cerro desnudo de Jerusalén. Allí arriba colgaba el capitán de una cuadrilla de locos que había osado desafiar las tradiciones multiseculares de escribas y fariseos. Solo, en compañía de una mujer y de un amigo, desafiando la burla, el escarnio y los insultos de la humanidad. Todos los demás habían huido, presos de un terror que había desmantelado sus seguridades, sus sueños vencedores, su fortaleza.
 
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Es todavía noche cerrada cuando ensancho la mirada: los animales aún acurrucados al calor de la paja, pero ya en dos o tres casas de Jerusalén hay movimiento. Linternas que encienden, chimeneas que empiezan a humear, mujeres atareadas que se peinan, se visten, se preparan. El gallo, escondido en la tienda del zapatero, acepta el desafío que ha recibido desde la otra orilla del torrente Cedrón: aquel gallo que será famoso por haber cantado la infidelidad de Pedro. Es este canto tempranero que pone la música a los pies de tres mujeres que, en el amanecer de una mañana toda hebrea, en el cruce de tres caminos diferentes, se hacen la misma pregunta: ¿quién nos retirará la piedra del sepulcro? Terror de madres, preocupación de esposas, espera de enamoradas. La delicia en los evangelios es mujer. Tienen miedo pero no tiemblan, están aterrorizadas pero no se olvidan de amar, están destrozadas pero no paran de sonreír en sus sueños. Es cuando sale el sol, cuando el cielo empieza a dar muestras de su maestría que se alzan los cerrojos de las puertas y empiezan el viaje. No pueden olvidar: vuelven al sepulcro para que las mujeres custodian las puertas de la naturaleza que fabrica vida y amor. Se avergüenzan de vivir en una ciudad que rechaza los sueños y envía a la muerte fuera de sus murallas a aquel que tiene sed de cielos nuevos y tierra nueva. Para ellas, y para nosotros, es la pregunta. "¿Por qué buscáis entre los muertos a Aquel que vive?"  

Mn. Francesc M. Espinar Comas

sábado, 4 de abril de 2020

Domingo de Ramos 2020 en nuestra parroquia.



Mañana es Domingo de Ramos y comienza la Semana Santa. A las 10:00 el párroco celebrará la Eucaristía y la liturgia propia del día que incluye la bendición de los ramos.
Una forma de participar desde casa en la celebración simbolizando que estamos unidos en Cristo y en la comunidad parroquial, es poniendo en nuestras ventanas ramos u hojas de plantas que tengamos en casa.
La bendición nos llegará si participamos de corazón y lo deseamos igual que podemos comulgar espiritualmente.

viernes, 3 de abril de 2020

Propuesta de nuestro Arzobispo para este próximo domingo de Ramos.

  • Un recortable, el dibujo de un niño, una rama de olivo, explicó monseñor Barrio, como aplauso a Jesús
El arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, invitó hoy domingo, al final de la Santa Misa retransmitida por la Televisión de Galicia (TVG), a hacer un gesto desde balcones y ventanas de los hogares el próximo Domingo de Ramos. “Según vuestras posibilidades y creatividad”, dijo el arzobispo, pero indicando que será como “un aplauso y signo de cariño” al Señor Jesús.
Monseñor Barrio recordó que estamos en una circunstancia especial y que, si otros años los fieles llenaban los templos y las calles con sus palmas y sus ramas de olivo, este próximo Domingo de Ramos se puede hacer desde las ventanas y balcones un “gesto sencillo” para manifestar que Jesús sigue recorriendo nuestras calles como en las tradicionales procesiones de este día que da inicio a la Semana Santa. “Un recortable, el dibujo de un niño, una rama de olivo”, explicó el arzobispo compostelano.