domingo, 26 de octubre de 2014

Glosa Dominical

UN REINO DE AMOR Y PERDÓN, DE JUSTICIA Y VERDAD
Amar a tu prójimo de la misma manera como tú has sido amado de Dios. Ese es el reto y la responsabilidad de la vida cristiana. Cuesta descubrir y aceptar que el perdón recibido de Dios se convierta en condición previa para poder ofrecer el perdón a los demás. Es la idea del don recibido que deviene en nosotros capacidad y libre compromiso para transformar nuestra vida en donación. Es como si Dios nos dijese: “Lo que gratuitamente habéis recibido, dadlo gratis” (Mt. 10,8).
La memoria de lo que Dios ha hecho en nuestra vida debería convertirse en sabiduría y comprensión de las situaciones de los demás: porque sabemos cómo son de difíciles las cosas, ayudamos a los demás en sus dificultades. Siempre y con alegría.
La 3ª ley de la dinámica de Newton dice: “A toda acción corresponde una reacción igual y contraria”. Esta ley de la dinámica en psicología, y ya desde los tiempos de Freud, ha sido tan admitida como discutida. Si recibo un puñetazo, me encontraré descompensado psicológicamente hasta que lo devuelva. El mal recibido (acción) me causará un déficit que únicamente lo podré compensar restituyéndolo (reacción), posiblemente en la misma intensidad y a la misma persona de quien lo he recibido. 
 
En la 2ª carta a los Tesalonicenses, San Pablo niega en el ámbito de la vida espiritual y psicológica, esta ley newtoniana y enuncia la 1ª ley del Espíritu Santo: “Habéis acogido la Palabra en medio de grandes pruebas, con el gozo del Espíritu Santo”. Por muy grandes que sean las pruebas, no hay ningún argumento para rebelarse buscando compensar el desequilibrio causado por los sufrimientos recibidos. “El ejemplo del Señor” del que san Pablo habla en la 2ª lectura, es la resignación: es decir la capacidad de “atravesar el signo”(trans-signum) de leer el sufrimiento vivido a la luz de la fe.
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San Francisco dando limosna
Este tipo de respuesta amorosa, contrariamente a la 3ª ley de Newton, produce gozo, paz, deseo de bien. La fe lleva a una nueva alianza con la vida, fundada en el abandono confiado. Ningún deseo de reacción hacia aquel que ha sido el causante del dolor (incluso hasta Dios, según nuestra interpretación equivocada) ninguna necesidad de compensación psicológica o emotiva; sólo la fe, que se convierte en confianza en Uno que conocemos personalmente y cuyo ejemplo nos guía e inspira.  La lógica del amor cristiano, pues, tira por tierra las categorías humanas de compensación/desequilibrio. Hay más gozo en dar que en recibir. “Es dando como realmente se recibe” dirá San Francisco. Es amando siempre, incluso en las pruebas, como se experimenta el Amor.
El Amor es la plenitud de la Ley. La respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos, no se pierde en los meandros de las interpretaciones, de las discusiones especializadas, de la casuística de las diferentes escuelas. Al entregarnos a su Hijo en el sacrificio de la Cruz, Dios ha revelado lo que Él es: Amor. Hemos de colocar  en la base de nuestro obrar el amor por el prójimo. En esa dimensión, un grito de un padre a un hijo podrá ser un acto de amor; mientras al contrario, ser amables sin amor puede ser únicamente un comportamiento interesado, como podría darse entre un comerciante y su cliente.
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De aquí la invitación de San Agustín: “Dilige et quod vis fac” (Ama y haz lo que quieras). No una exaltación del sentimiento y del capricho, sino una exhortación a la responsabilidad por el bien del prójimo.
Para nosotros cristianos, la memoria de lo que Dios ha hecho y de cuánto nos ha amado, ha de ser estímulo cotidiano para amar. La presencia del Espíritu nos guie a amar con gozo también en los momentos de prueba. Y que el amor hacia Dios y el prójimo sean la regla suprema de vida y el punto de referencia de toda elección.
Este es el reino de amor y perdón, de justicia y verdad que queremos anticipar en la tierra, el reinado de Cristo en las almas y entre los pueblos. 

Fr. Tomás M. Sanguinetti

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