domingo, 30 de julio de 2023

Relatos directos al corazón

 

“El tesoro escondido” de Rembrandt

Por lo general, quien desea hacer comprender ciertas cosas a otros procurando evitar malentendidos, se sirve del instrumento de los conceptos, razonamientos y explicaciones. Pero existe otro instrumento, quizá más inmediato que todos éstos, capaz de hacer comprender ciertas realidades yendo directo al corazón. Son las historietas, las metáforas, los relatos y cómo no, las parábolas. Éste es el caso del Señor Jesús a quien le gustaba recorrer y hacer recorrer la ruta de las parábolas para llegar derecho al corazón de aquella realidad que tan dentro del corazón tenía: la del Reino de Dios. No quería crear malentendidos al respecto: muy especialmente porque muchos se habían engañado a sí mismos, o habían sido inducidos a hacerlo, respecto a Él y su identidad. Y esto justo por querer razonar demasiado. Muchos habían perdido la cabeza, acusándole a Él de haberla perdido al oírle hablar de ciertas originalidades: es porque habían usado la cabeza para comprender. Para ir al corazón de las cosas, parece pues más lógico recorrer el camino del corazón.

Es lo que normalmente hacía Jesús el Señor inventando parábolas frescas y genuinas, pertinentes y sopesadas. Las historietas, y las parábolas lo son, van derechas al corazón: sobre todo si es el corazón simple como el de un niño capaz de asombrarse, y no el corazón esclerotizado de un adulto lleno de “déjà vu”, de “esto ya lo sabía”, y de “no dice nada de nuevo”.

Parábolas breves, a veces brevísimas, como las que Mateo recoge en su versión del evangelio; parábolas que trascienden el lindar de lo racional, cuyas señales sólo pueden ser leídas por el alma dotada, a partir de su entrada en el tiempo, como a  través de un decodificador potentísimo capaz de captar los signos que proceden del Eterno.

De hecho, la palabra “parábola”, en su acepción etimológica, significa justamente eso: una historieta, una imagen o un fotograma de vida, cuyo sentido va más allá de la materialidad de las palabras usadas para contarla.


Literariamente hablando, causa enseguida estupor y asombro después del suave inicio que las precede: “El Reino de los cielos se parece…” Es un inicio ligero que enseguida engancha al oyente, un inicio que no tiene nada de pesado o farragoso, como ocurre con ciertas predicaciones o sermones o adoctrinamientos catequísticos. Y lo oyen todos, pequeños y mayores, y todos gozan en el fondo de su alma. En nuestros modos hay algo, pues, que debemos revisar y retocar, incluso en los contenidos: para no acabar comunicando tan sólo verborreas pesadas y rebosantes de signos perceptibles únicamente por el intelecto. Dice un proverbio antiguo: “las palabras sirven para la mente, los gestos para el corazón, los silencios para el alma”.

Después de haber escuchado al Señor, difícilmente podemos rebatirle con nuestros “sí, pero…” o con “he entendido, pero…” Cuando Jesús habla del Reino de Dios parecido a “un tesoro escondido en un campo” o a una “piedra preciosa” o a “una red rebosante de peces” que lo recoge todo, el tesoro se encuentra casualmente. En cambio la perla es buscada adrede, y sobre la pesca dice que se hará una criba de todo lo recogido en la red al arrastre.  Ante todo esto, es difícil responder con un “no entiendo” o un “no me importa”. Cuando Jesús habla del Reino de Dios, no expresa una opinión, sino que lanza un programa de seguimiento bien preciso. Es como si dijese a cada uno: “Ya que has visto que mi Reino es la realidad más importante y más preciosa para la cual tú puedas vivir, saca las consecuencias” Y he aquí que del fondo del alma, sentirás una explosión de gozo y alegría, semejante a la que dice: “lo he entendido todo”.


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