domingo, 1 de noviembre de 2020

Tu recompensa será grande en el cielo

 


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TU RECOMPENSA SERÁ GRANDE EN EL CIELO

Jesús sube a la montaña, es decir, entra en el corazón de Dios, al corazón de Dios también lleva a sus discípulos, desde el corazón de Dios da la nueva ley, las Bienaventuranzas. Sin embargo, estas son para el hombre más incomprensibles que los jeroglíficos de la escritura antigua. Incluso si una persona ha logrado descifrar algo de ellos, su descifrado no sirve de nada a nadie. Sólo se la puede aplicar a sí mismo. Cada uno necesita su interpretación personal y su traducción actual, momentánea, de hoy. Nadie puede leerlos por otro, ni puede vivirlos como los han experimentado o entendido otros.

 

Cuando todos hablábamos el mismo lenguaje y entendíamos los mismos signos, nos era fácil entender las bienaventuranzas. Pero hoy que se está desplazando el centro de gravedad de nuestro universo, las bienaventuranzas que nos augura el Evangelio se han convertido en un jeroglífico incomprensible para la mayoría. El mundo, el demonio y la carne han conquistado inmensos territorios y amenazan con arrasarlo todo. Es por ahí por donde va tanta oveja descarriada en pos de innumerables bienaventuranzas.

Maestro capaz de interpretar los jeroglíficos de las Bienaventuranzas, que puede descifrar, traducir, adaptarlos a cada alma, es el Espíritu Santo. Él viene, lee toda bienaventuranza y con sabiduría eterna indica a cada corazón cómo vivirlas en el presente de los tiempos, en las circunstancias históricas cambiantes, en la variabilidad de los lugares, en las situaciones concretas en las que se encontrará. Eso viene enseñándonos la Iglesia desde que el Evangelio nos anunció las bienaventuranzas. Toda bienaventuranza, cada día de los que nos concede el Espíritu Santo, debe ser leída y cada día aplicada al alma según concreta y perfecta actualidad, respetando la voluntad pura de Dios, de cuyo corazón han fluido. 

 

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Como único es el corazón, única la vida, el carisma único y la persona única, tan única será la lectura y la aplicación que el Espíritu del Señor hará para cada alma. La historia da fe de que ninguno de los que han sido guiados, guiados y entrenados por el Espíritu de Dios, han experimentado las Bienaventuranzas de la misma manera que otros. Porque el reino de Dios está en cada uno de nosotros. En cada uno, según la capacidad de su corazón. También da fe de que incluso aquellos que han decidido seguir los pasos trazados por su maestro humano, este o aquel santo, todos han vivido, viven y vivirán las bienaventuranzas dándoles siempre un camino personal. La imitación en las formas es sólo para aquellos que no han sido modelados, conducidos y guiados por el Espíritu Santo. No hay repetición en la vida según las Bienaventuranzas.


El primero que descifró las Bienaventuranzas fue Jesús mismo, con el Discurso de la Montaña. Sin embargo, no resolvió nuestro problema de descifrado diario. En lo negativo sí, está claro. Pero cuando se trata de superar la justicia de los escribas y fariseos, entonces sólo el Espíritu de Dios puede ser nuestro maestro. Nadie solo podrá leer, explicar, aplicar esta nueva ley de Jesús el Señor a su vida. Es demasiado alta para ser dada al espíritu del hombre y su inteligencia. Demasiado profunda para que puedas sumergir la mirada. Demasiado divina para ser explicada por un corazón humano. Estamos hechos de barro y, además, un barro de pecado. El Espíritu Santo siempre debe ser invocado para iluminar los ojos y ver lo visible para nosotros. La personalización de las Bienaventuranzas es su obra perenne. 

 

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Las Bienaventuranzas no prohíben algo para que no se haga. En cambio, manifiestan una nueva forma de ser. Se trata de una modalidad sin modalidad, un límite sin límites, una obra sin trabajo, porque es el mismo ser el que está llamado a vivir, a expresarse, a manifestarse, a revelarse en todo su nuevo esplendor. ¿Qué obras deben hacer los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran? Las Bienaventuranzas llevan al hombre del mundo de la carne, al del espíritu; del mundo del hombre, al mundo de Dios; de la tierra lo traen al cielo. La nueva vida de las Bienaventuranzas es la vida que comienza pero nunca puede llegar a su fin, porque el término es infinito. Las Bienaventuranzas nos piden que seamos perfectos en todo como Dios es perfecto y misericordioso. La Santísima Virgen María, Madre de la Redención, los ángeles y los santos, nos hacen mansos y humildes como Jesús.


Mn. Francesc M. Espinar Comas

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