domingo, 4 de octubre de 2020

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Sus parábolas se parecen a una historia de pueblo. Y dentro de este pueblo viven los fantasmas de Su pensamiento de poeta y narrador, del gran “Poeta” del cielo y de la tierra. De Dios: tramas de historias, trazos de hombres, trayectorias de vida que entristecen, fascinan, encantan. Maldiciones y desafíos: a los bien pensantes, a los inútiles, a los opresores y fariseos de todo pelaje. Un pueblo dentro del cual se habla con todos: también con la oveja perdida entre las zarzas. Con la oveja, pero también con la red de pescar, con los arbustos de la cizaña, con las perlas y las monedas, con las cinco vírgenes necias que se adormecen, con los prados de tréboles pulidos por el viento. Con el camellero y la viuda, con el chaval pecoso del barrio…

 

Historias de pesca y mares, de vides y viñas. Aún viñas: “Un hombre plantó una viña”. También ahora una posibilidad: la enésima. Una historia de amor en la que el Amor esta vez habla en tercera persona: es un viñador. Un día hablará de Él como de un esposo y de un amante, de un ladrón y de un ama de casa, de un aparcero o de un experto en madera. Esta vez el Amor -el amante y el amado- es justo un viñador: cuida el viñedo con cuidado, remueve  la tierra, quita las piedras, planta vides escogidas, edifica una torre y excava un lagar. En cambio las manos de los jornaleros serán manos ladronas: un día no entregarán el fruto. Envidiosas, incluso homicidas: “Por último mandó al propio hijo diciéndose: respetarán a mi hijo” No tienen un pelo de tonto aquellos jornaleros, se dan cuenta de lo que el hijo representa: una herencia incómoda y embarazosa.

C:\Users\Francesc\Desktop\50-OrdinarioA27,%20los%20viñadores%20asesinos3.jpgAquel día, es decir ayer, como podría ser hoy y mañana, el razonamiento es el mismo: “Este es el heredero. Matémosle y tendremos la herencia” Es el destino de los profetas: se les encuentra por el camino y acto seguido se les lapida. Su profecía aturde los sentidos, rebasa las previsiones, descompone las comodidades: es más revuelta que conformismo, es gritar cuando todos callan y llorar cuando todos ríen. Es anunciar ruina inminente mientras se alimentan de pan y seguridades: son los “contreras” del Cielo.

 

El infierno de los vivientes no es algo que será; está aquí. Existen dos modos para no sufrirlo. El primero resulta fácil para muchos: aceptar el infierno y formar parte de él hasta el punto de no verlo. El segundo es arriesgado y exige atención y aprendizaje continuo: buscar y saber reconocer aquellas cosas y aquellas personas que en medio del infierno, no son infierno. Y darles espacio y hacerlas durar.

 

Pero Dios no romperá por ello la historia, ni siquiera esta vez. También ahora empezará de nuevo: “Se os quitará el Reino de Dios y será dado a un pueblo que lo haga fructificar”. Siempre es ésta la historia: hacerse el chulo con el Cielo no siempre sale bien. El Cielo se cansa, también ese Cristo que siempre confía, el Viñador se inventa un camino nuevo cuando parece no haber salida alguna. El Camino que conocen los amantes empedernidos, allí donde los celos son el otro rostro de la fidelidad: la daré a otro pueblo. 

 

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Frecuentaré otros amores, seré amante de corazones más necesitados.  Los otros: los que me recuerdan que no soy el único, el mejor, el avergonzado de mi historia con Él. Con los otros: los malditos, quizás los que no lo conocen, no lo inciensan, quizás ni lo nombran. ¿En verdad a otros, Señor? Claro: aquella Viña es un tesoro, un capital, una apuesta. Un depósito de amor: lo esconderá en las manos de un mercader entusiasta, de una mujer que entiende de masa y de levadura, de un hombre capaz de hablar de la mostaza y su pequeñez. En las manos de villanos, meretrices y ladrones. De gente debilitada como en Cafarnaún, de gente caprichosa como en Jerusalén, de gente que se cree engañada como hacia Emaús. El Cielo permanece fiel: con aquel amor y aquel amar pacientemente todo lo humano. Fiel hasta el punto de ser verdadero. Los campesinos infieles, como los siervos perezosos, las esposas distraídas, los niños viciados, serán trágicamente castigados: se les quitará el amor.

 

La Viña no será destruida, habrá un cambio de gestión: aquella tierra se trabajará, se cultivará, se hará fecunda. Ningún hombre podrá llamarse Dios; de la misma manera que nadie podrá enorgullecerse de haber anulado los sueños de Dios. Quizá se los habrá complicado. Que al fin y al cabo no es otra cosa que acostumbrarse al Amor. El amor se mantiene fresco con una novedad cada día. Que no es una flor o un regalo cualquiera. Porque todo pasa. Yo cada día debo volver a enamorarme de ti. Y tú de mí. Inventándome algo diferente.

 

Mn. Francesc M. Espinar Comas

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