domingo, 2 de agosto de 2020

Los panes y los peces


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Giovanni Lanfranco

La multiplicación de los panes y de los peces y la multitud saciada es un milagro que narran los cuatro Evangelios; cada evangelista se centra en un aspecto diferente, a pesar de ser contextos más o menos similares, pero cada narración concluye con la misma certeza: es Cristo que sacia el hambre del corazón del hombre. La liturgia de este domingo está envuelta por el concepto de la saciedad, que colma el corazón del hombre y viene de Dios: «Abre tu mano Señor y sacia a cada viviente».

No es el hambre o la sed, lo que separa de la fascinación de Cristo, si no la solicitud del hombre de bastarse a sí mismo, de calmarse el hambre por sí solo: « ¿por qué gastar el dinero en lo que no es pan, y las ganancias en lo que no sacia?».
San Mateo narra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en tres escenas relacionadas entre sí: la compasión de Jesús por la multitud y la sanación de los enfermos; el hambre del pueblo al atardecer y el milagro de la multiplicación de los panes y los peces; con la consecuente saciedad de la multitud. El tríptico se abre con la observación de Jesús (la compasión) y se cierra con la experiencia del hambre saciada. En medio está la participación de los discípulos, que en su pequeñez se convierten en signo concreto de la acción omnipotente del Señor.

Como fondo de la narración de este milagro está la llamada al misterio de la Eucaristía. Y es precisamente en la Eucaristía, don de la compasión divina para nuestro destino, que el hombre es saciado del deseo de eternidad, de la verdad y de la libertad, en el encuentro con el Señor que es el Emmanuel, Dios con nosotros y se ofrece por nosotros.

«En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad.» (BENEDICTO XVI Exhort. Apost. Sacramentum Caritatis, n.2).

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Así como en esta página del Evangelio es Cristo el protagonista y la respuesta al drama de la humanidad, así en la Eucaristía es Él el protagonista y la respuesta a todos los deseos del hombre. «En el sacramento de la Eucaristía Jesús nos muestra en particular la verdad del amor, que es la misma esencia de Dios. Es esta verdad evangélica lo que interesa a cada hombre y a todo su ser. Por este motivo la Iglesia, que encuentra en la Eucaristía el centro vital, se empeña constantemente en anunciar a todos, a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tim 4,2) que Dios es amor» (Ibidem).

¿Con qué estupor, nos acercamos al Sacramento de la Eucaristía?. Si no hay estupor es porque nuestro cuestionamiento existencial se ha opacado; no somos saciados porque no somos capaces de formularnos un cuestionamiento auténtico; nos convertimos progresivamente en extraños frente a la fuente de vida eterna.

Por intercesión de Aquella que como Mujer Eucarística en Belén, casa del pan, nos donó el Salvador, el Espíritu Santo nos conceda un corazón que cada vez tenga más hambre de Dios, y sea deseoso del encuentro con el Señor que viene a «saciarnos» de Él.

Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
(Congregación para el Clero)

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