domingo, 5 de noviembre de 2017

Glosa dominical

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TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS
La liturgia de este domingo XXXI nos hace leer el inicio del capítulo 23 de San Mateo, perícopa que contiene una directa denuncia a los escribas y fariseos y que constituye la introducción al último gran discurso del Señor, el refinado discurso escatológico. Después de las discusiones y enfrentamientos de Jesús con los escribas, fariseos, saduceos y doctores de la Ley de los capítulos precedentes, el evangelista presenta una respuesta sintética del pensamiento del Señor, de su manera de concebir la Ley y los Profetas, de escuchar la Palabra de Dios y de cómo vivirla. Es como el contrapunto a las Bienaventuranzas. Tendríamos que comprenderlas como dirigidas a nosotros, en este final del año litúrgico, como una fuerte llamada a la seriedad con la que debemos preguntarnos si en verdad somos sus discípulos. La pregunta que Jesús nos dirige pues, es si nosotros hemos descubierto la novedad cristiana y su identidad, y si la vivimos sin hipocresía. Jesús nos provoca para que abandonemos todo lo que es obstáculo y lastre para esta novedad y lo que oscurece la identidad cristiana. El Señor nos exige un valiente examen de conciencia y una concreta decisión de coherencia de vida.
Después de proclamar el primer y gran mandamiento del amor de Dios y el segundo, que es igual al primero, el amor al prójimo, sería superficial contraponer el amor a la Ley. El Señor no la desprecia, como piensan los escribas y fariseos, y no desea sustituir la ley por el amor, como piensan muchos cristianos. El amor es el cumplimiento de la Ley: sin amor la Ley muere y el Profeta se apaga. Pero no, el amor no es un sentimiento vacío y superficial: no deja de lado la Ley, la vive en plenitud; no se contenta con no decir lo falso, busca la verdad; no se contenta con no matar, da la vida; no sólo no roba, sino que viene al encuentro de la necesidad de los hermanos. Esta página del evangelio expresa la pasión de Jesús por la Ley: no como una serie de preceptos para practicar, sino como expresión del cuidado con el que Dios como Pastor, guía a su pueblo por el camino hacia la libertad. El amor de Jesús por la Ley muestra que Él vive totalmente en la escucha de la Palabra de Dios: este es el signo de su ser Hijo de Dios que conoce interiormente la voluntad del Padre, que únicamente el amor filial impide que acabe en un legalismo vacío e inhumano. La convierte pues en instrumento de autenticidad y de libertad. Jesús quiere acompañar a sus discípulos hacia la madurez sin dejar espacios para equívocos.
Jesús no contesta la enseñanza de los escribas, más bien les invita a una observancia precisa de cuanto enseñan. Con palabras duras, con invectivas y lamentos, expresiones llenas de cólera y sufrimiento que manifiestan el dolor por el Amor traicionado, el Señor denuncia situaciones intolerables. Jesucristo denuncia ante todo la hipocresía de quien con tanto empeño “dice pero no hace”. Dice y después se abstrae de la realidad, no participa de la fatiga de la vida, y reduce la Palabra de Dios a una abstracción, a un sistema de principios morales. Principios para imponer a los demás, practicando la autoridad como poder y no como servicio. Denuncia la vanidad de quien quiere admiración de la gente y de quien se considera importante, deseando honores y títulos: todo esto que podría tener un sentido, se convierte en ridículo o dramáticamente negativo cuando obvia la atención y escucha a la Palabra de Dios y a los verdaderos valores de la persona que debiera testimoniar.
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Santo Tomás de Aquino manifiesta una especial predilección por la frase: “No os hagáis llamar maestros, ni llaméis a nadie padre en la tierra, ni os hagáis llamar guías”. En ella, el Doctor Angélico descubre el proyecto para una vida en común hermosa y feliz: no una sociedad anárquica, sino una sociedad en la que sus elementos constitutivos adquieren un sentido nuevo porque derivan de Jesucristo. “Uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos; uno vuestro Guía, el Cristo. Todos vosotros sois hermanos”. Con Cristo compartimos la vida del Padre, escuchamos su Palabra y la ponemos en práctica. Santo Tomás subraya que sólo entre hermanos, entre amigos que han saboreado la experiencia de Aquel que enaltece a quien ha tenido la valentía de vaciarse de su propio orgullo, se puede ejercer una autoridad, una paternidad, una guía. Que no domina, que no aplasta, sino que libera porque es únicamente transparencia de un Amor.
Mn. Francesc M. Espinar Comas 

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