domingo, 15 de junio de 2025

EL PÁRROCO CANSÓ Y ABURRIÓ HASTA A MI ABUE

 


Cuando yo era niño, el párroco contaba siempre la misma historia. Relataba que mientras caminaba por la playa, reflexionando sobre el misterio de la Santísima Trinidad, San Agustín, el gran sabio obispo africano, se encontró con un niño que recogía el agua del mar con una concha y la depositaba en un agujero excavado en la arena. “¿Qué estás haciendo? -le preguntó el docto obispo. “Quiero vaciar el mar llenando este agujero” -le respondió el niño. “¿Cómo puedes meter todo este mar tan grande en este pequeño agujero? -observó San Agustín. El niño replicó: “¿Y tú cómo puedes creer que tu pequeña cabeza logre contener la infinita sabiduría de Dios?” Recuerdo que mi abuela, que seguramente había oído aquel relato unas ochenta veces, volviendo de misa primera, un domingo dijo en casa: ¡No sé cómo aún no se ha cansado de jugar con la tierra aquel bendito niño! Creo que ha llegado la hora de que aprenda a labrar la tierra más que a hacer agujeros (no decía arena, era concreta, decía tierra). Mi abuela era demasiado buena mujer para llegar a admitir que el párroco, con la complicidad de San Agustín, había acabado por agotarla con aquella historieta del niño que excavaba. Se olvidaba de los otros ejemplos que el sacerdote usaba para hablar de la Trinidad: el trébol, el triángulo, la aritmética, la geometría: era claro que la dejaban indiferente. Estaba más tranquila y segura cuando cogiendo hilo y aguja para zurcir calcetines exclamaba: “Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto” en un latín más o menos macarrónico.
 

Ved, mi abuela había comprendido una cosa excepcional, aunque no había ido al colegio. Había comprendido que era un ejercicio de soberbia el tratar de buscar meterte en la cabeza a la Santísima Trinidad. Porque para ella era como afirmar el ser capaz de explicar el misterio de Cristo. Mi abuela prefería arrodillarse y rezar. La recuerdo absorta, ausente, rodeada de aquella belleza propia de quien desflora el Misterio. Es impresionante: en la oración la pequeñez contiene lo Infinito, la vejez guarda el Misterio, en la nada se esconde el Todo. No tenía grandes capacidades intelectuales pero había intuido que la curiosidad no sacia en el encuentro con Cristo. Guiar es acompañar a una persona a descubrir paso a paso, a través de un camino surcado de maravillas, de estupor, de sorpresa. Un camino que más acerca  y más te hace sentir tu insignificancia. Un camino en el que el Espíritu Santo necesita alumnos acostumbrados a estar de rodillas ante Cristo Jesús. 


Resulta imposible no conmoverse ante el relato del libro de los Proverbios en el que contemplamos a este Dios en su intento de diseñar a la perfección y con delicadez su obra maestra. Un Dios entretenido en fijar los cielos, calculando lo ancho y lo alto; que traza un círculo en los abismos; que recoge con sus manos las nubes impetuosas y las condensa; un Dios que como un fotógrafo obsesionado fija los manantiales, traza con su mirada los límites de los mares. Un Dios que como arquitecto proyecta y dispone los cimientos de la tierra. Y la sabiduría, igual que una mujer enamorada de su Tesoro, era su delicia y saltaba ante Él en todo momento. 
 
Casa natal de Don Bosco en Castelnuovo
 
Mientras en España en el segundo tercio del siglo XIX,  con el inicio de  las guerras carlistas empieza una lucha fratricida que devastará el país, mientras en Francia se gesta una revolución burguesa que instaurará una monarquía constitucional suplantando a los Borbones por los Orleans y mientras en Inglaterra se construyen las primeras líneas de ferrocarril que unirán las grandes ciudades industriales, Juan Bosco ordeñaba vacas en un pequeño caserío de las tierras del Monferrato, en el Piamonte. Pero había empezado a hablar con Dios. Comenzó a rezar. Es decir, empezó a ser el vértice de sí mismo. Aún más: empezó a convertirse en sabio. Es una cosa formidable pensar que cuando rezas, prestas tu voz al mundo. Las cosas no entienden nada, pero tú puedes hacerlas cantar, rezar, resplandecer. Tú puedes ser el cantor enamorado del universo. ¡Y esto es gigantesco! Te arrodillas y sientes en tu piel que todo habla de Él. Los atardeceres entre estrellas, el agua, la tierra, las cascadas, las tormentas y el juego de los niños. Los ojos y las manos, los lloros y los amores, la armonía y la dulzura. 
 

Mi abuela no me explicó nunca el misterio de la Trinidad. Te digo más: quizás no supo nunca qué era la Trinidad en Teología. Era ignorante al lado de mis profesores en el Seminario, pero poseía una sabiduría que nadie más me ha trasmitido. Un día le pregunté: Abuela, ¿qué son estas tres personas que se convierten en una? Me hizo un signo como diciéndome que me olvidara de eso y me dijo: Tú piensa cómo cuando me abrazas. Más o menos así. Un abrazo: los brazos de Dios que acogen a quien se fía de Él. ¡Increíble! Esta es la fe sencilla a la que aspiro siempre, la fe que me emociona, que me hace llorar, que me hace sentir pequeño o gigante, que sosiega mi nerviosismo, que me serena el alma, que alimenta mi ternura. 
 
Aprovechémonos de ese abrazo que nos derrite  y nos recompone al mismo tiempo. Necesitamos rezar porque necesitamos derretirnos, curarnos del cuello estirado, ser capaces de gestos tiernos. Sin la oración nos volvemos áridos, con rostros apagados, inmóviles, momificados. Con ella nos volvemos ligeros, desenvueltos, sueltos, comunicativos. Si pienso que mi abuela con aguja e hilo y un huevo de madera hablaba con Dios mientras zurcía mis calcetines, me avergüenzo. Pero me conmuevo porque aún la siento cercana invitándome a rezar para sosegarme y abandonarme a Él. 
 
Yo me enfado y Él me dice: Perdona. Yo tengo miedo y Él me dice: Ánimo. Tengo dudas y me dice: Confía. Estoy nervioso y me dice: Tranquilízate. Yo quiero estar cómodo y Él me dice: Sígueme. Y hago proyectos y Él me dice: Bórralos. Yo quiero seguridades y Él me dice: Déjalo en mis manos. Quiero revancha y Él me dice: Mañana, hoy no. Pienso en la venganza y Él me dice: No te servirá de nada. Yo quiero ser grande y Él me dice: Vuélvete un niño. Yo quiero esconderme y Él me dice: ¿Dónde estás? 
 
Todo lo que hago me parece fuera de lugar. No entiendo a Jesucristo. Quisiera buscarme un Maestro menos exigente. Pero no conozco a ninguno que como Él tenga palabras de vida eterna.

Semana del 16 al 22 de junio

 

Dena

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 21:00 horas.

Lunes: No habrá Misa.

Martes: Por María del Carmen Camiña Dopazo.

Miércoles: Comienza la Novena al Sagrado Corazón de Jesús. A las 20:30 Rosario, Novena y Misa por Carmen Dopazo Padín, Manuela Insua Horta y esposo.

Jueves: Rosario, Novena y Misa a Santa Lucía, una devota.

Viernes: A las 19:00 primer Aniversario de Manuel Salgueiro Torres. A las 20:30 Rosario, Novena y Misa por Adonis García Dopazo y esposa Lola.

Sábado: A las 10:30 primer Aniversario de Juanita Cacabelos Vidal. A las 20:30 Rosario, Novena y Misa por José Luis Rey Castro y difuntos de la familia.

Domingo: Primera a las 9:00. Segunda a las 13:00 Misa Solemne al Santísimo Sacramento, por la Parroquia.

 

Villalonga

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 20:00 horas.

Jueves: Por la Parroquia.

Sábado: Por Pastora Fernández Méndez. Carmen Rivera Pérez. Ricardo Tilve Varela.

Domingo: A las 11:00 por José Luis Lago Oubiña.

domingo, 8 de junio de 2025

TRASTORNOS, HURACÁN, PENTECOSTÉS, FINALMENTE

 

No damos la talla, no bromeemos. No, no estamos a la altura. Nadie que tenga una mínima dosis de realismo puede verdaderamente hacerlo. No somos capaces de anunciar el Reino con suficiente transparencia, con mínima coherencia, con la pasión necesaria. El mundo explota en su misma crisis y en su incurable agresividad y también nosotros hemos sido contagiados y abrumados. Y sentimos el peso de nuestra fragilidad personal y comunitaria. 
Esta historia de confiar a la Iglesia, a esta Iglesia, las riendas del Reino ha sido una broma, o un engaño o una locura. Seamos serios. Es lo que se han dicho durante horas los impávidos discípulos reunidos en el Cenáculo. Jesús realmente se ha ido y ellos deben comprender qué han de hacer. Anunciar el Reino, de acuerdo. ¿Dónde, cómo, a partir de cuándo, diciendo qué?
Fuera aún se respira un mal ambiente para los discípulos del Nazareno. ¿Por qué razón masoquista tendrían que salir y hacerse arrestar de nuevo? Pedro y los otros lo saben muy bien, lo han experimentado en su propia piel: no están a la altura del encargo. ¡Diantres, pero si sólo hace un mes habían huido con el rabo entre las piernas! ¿Cómo esperar una diferente reacción, un comportamiento a la altura de la situación? Piensan y discuten los apóstoles. Algunos se hacen un poco los valientes pero cabizbajos. No tienen fuerza, no solos, no ahora. 


Se está levantando el viento. Extraño, en Jerusalén esto no suele suceder en primavera. No es un viento: es el huracán. Un huracán que les arranca de sus certezas, que los devasta, que los estropea y los desmelena, en una palabra, que los convierte. El fuego baja al corazón y los consume. El terremoto derriba sus pequeñas certidumbres y sus ansiados proyectos. No, ciertamente, no pueden llevarlo a cabo. De acuerdo. 
Será el Espíritu que actuará. Ha llegado, el don anunciado por el Resucitado. Es más loco y anárquico de como nadie osase imaginárselo. Más que cualquier otra luz, más que cualquier convicción o determinación, más que cualquier proyecto o plan pastoral. He aquí el Espíritu. El corazón está repleto, salen por las calles, paran a los peregrinos de paso en Jerusalén por Pentecostés. Hablan del Maestro, lo profesan Mesías y Señor y presente. Ha llegado el Espíritu. Pentecostés. Los evangelistas se divierten jugando con nosotros.  Picándonos y sacudiéndonos de encima el síndrome de “lo sabemos ya todo”. Cada uno de ellos bromea y nos provoca: ¿Cuándo ha bajado el Espíritu? Juan dice que Jesús dona el Espíritu desde lo alto de la Cruz, muriendo. O quizás en el atardecer de Pascua, apareciéndose a los discípulos. O a juicio de Lucas, en la fiesta hebrea de Pentecostés. Enigmas a desvelar para llegar a comprender quién es el Espíritu. 

El Espíritu nace de la Cruz porque la Cruz manifiesta la medida del amor de Dios que es el Espíritu. Es don total, definitivo, vital. El Espíritu es regalo del Resucitado y lleva consigo los dones de la paz de corazón y la capacidad de perdonar. El Espíritu es la Nueva Ley que sustituye aquella dada por Dios a Moisés en el Sinaí, la fiesta que los judíos festejaban en el día de Pentecostés. Ahora  la Ley se encuentra escrita en los corazones y es el Espíritu que nos la recuerda.
Finalmente. El Consolador, para erradicar toda soledad, para hacer de la Iglesia la compañía de Dios a los hombres. El Vivificador, para arrancar el asfalto y cualquier otra costra de las que obstinadamente recubren el rostro de Dios y la Palabra. El Paráclito para defendernos del miedo y de la parte oscura que hay en nosotros y que nos turba impidiéndonos ser verdaderamente discípulos. El Sugeridor, para recordar a los discípulos lo que nos ha dicho Jesucristo cuando nos olvidamos de ello. Él reconstruye los lenguajes, nos da la gracia de comprendernos, de comunicar. Supera la arrogancia del hombre que construye torres para manifestar la propia fuerza y usa el lenguaje del poder que no hace comprender, que confunde, que aleja. Pentecostés es el Antibabel, el otro modo de comprenderse, unidos en la misma búsqueda interior. 
He aquí el fuego, que calienta e ilumina, que indica un camino en la noche. He aquí la nube, que mantiene alejados a los egipcios e ilumina el camino del pueblo que huye hacia la libertad del corazón, la niebla que desplaza cualquier otro punto de referencia para confiar en Dios únicamente. He aquí el viento que sopla donde quiere: hemos de ser nosotros los que orienten las velas para recogerlo y ponernos a navegar. He aquí el terremoto que socava desde lo hondo. He aquí la paloma, portadora de buenas noticias, cuando vuelve a las manos seguras de Noé que la ha enviado para saber si el diluvio ha acabado, humilde y dócil. 

Prudencia. Al Espíritu encerradlo en el armario, por favor. Es peligroso, devastador, inquietante. Cuando la Iglesia se sienta o se enroca hace nacer santos que la vuelcan. Cuando pensáis que vuestra vida ha acabado, aniquilada, os abre la mirada del corazón. Cuando nuestras parroquias languidecen, se clericalizan, se vacían, se acostumbran, se cansan, se iluden, Él sacude los cimientos, derriba los palacios de la retórica y nos impulsa a salir a las calles de nuestro barrio a decir “Dios”. 
Todo el relato parece una escena cómica en la que el Espíritu la lía y los apóstoles corren en vano buscando comprender qué hacer verdaderamente. Es el Espíritu el que guía a la Iglesia, aunque busquemos continuamente corregir el rumbo. Es Él, si quieres, el que puede orientar la vida hacia los caminos de la santidad. Es Él el que sopla, a pesar de todo.

Semana del 9 al 15 de junio

 

Dena

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 21:00 horas.

Lunes: Santos José y difuntos de la familia.

Martes: Teresa Cacabelos Vidal.

Miércoles: Chico do Forcado, hijo José Manuel y difuntos "do Curato".

Jueves: Águeda, Modesto, Herminio y nietos. Pepe Da Silva Gaspar.

Viernes: Victoria Poceiro, Manuel Crespo y difuntos de la familia.

Sábado: Obligaciones del Celebrante.

Domingo: Primera a las 9:00 por la Parroquia. Segunda a las 12:00 por Miguel Duarte Gómez. Celia y Ovido.

 

Villalonga

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 20:00 horas.

Jueves: Por la Parroquia.

Sábado: Luis Caneda Basdedios. Elisa Oubiña Radío. Jacinto González Caneda y difuntos de la familia.

Domingo: A las 11:00 por Alfredo Lores Lores, de Piñeiros, e hija María Esther. Carmen Alfonso Sineiro y difuntos de la familia, de Piñeiros.

domingo, 1 de junio de 2025

JESÚS DE REPOSO: EL DESEMBARCO DE LA CATEQUISTA

 


Ella, pobre, lo había intentado. Pero cuando ahora lo recuerdo me parece  ridículo lo que decía. Nos hablaba de la Ascensión -a nosotros, niños que íbamos a catequesis con la pelota o el patinete- aferrándose a un sentimentalismo azucarado, caduco y cansino, a imágenes en desuso, mal encajadas: “Jesús, después de haber trabajado tanto, tenía el derecho de irse a descansar al Paraíso, donde también nosotros iremos cuando acabemos nuestro camino por este valle de lágrimas…”. Sólo faltaba que nos hiciera cantar a coro: “Dale, Señor, el descanso eterno. Que la luz perpetua le ilumine. Descanse en paz. Amén” y el funeral hubiera concluido. Quizás con algún caramelito para festejar el fin de curso de la catequesis. Es decir que para la catequista, la Ascensión era un periodo de reposo y convalecencia en las altas cotas, donde el aire es sano, los enfermeros simpáticos y el hospital de lujo. Jesús en versión “paciente”. Y nosotros, chavales, obligados a escucharla bajo pena de no ser admitidos a la primera comunión.


Sin embargo yo, me quedaba lleno de dudas, creo que igual que los apóstoles que agachados sobre la cima de aquel monte, asistieron en directo a la escalada hacia el cielo de su Maestro. San Mateo, uno de los que la presenciaron con sus ojos, sintetiza todo con un verbo muy duro: “Sin embargo ellos dudaron”. Es decir, no creían. Quizás empujados por las lejanas olas de aquel mar amigo, postrados en el suelo oían decir: “Recuerda, Pedro, el Maestro te ama y apacentarás sus ovejas. Recuerda, Juan, que reclinaste la cabeza en Su pecho y escuchaste el latido de un corazón ajeno. Recuerda, Tomás, que has dudado porque querías verle. Y ahora que lo has visto ya no puedes perderlo nunca más. Recuerda, Santiago, aquella improvisada empresa constructora en el Tabor: montar tres tiendas en un abrir y cerrar de ojos. Recuerda, Mateo, aquel mostrador de los impuestos que abandonaste por Amor…”


Es como decir: “Recordad y marchaos” Recuerdos tristes, gravosos, improvisadas imágenes sobre los hombros demasiado débiles para aguantar. Quizás era mejor la Cruz: al menos la podías mirar y tocar, embalsamar y ungir, adorarle y hablarle. Llorar, esperar y desear. O el pesebre navideño: estrellitas y alfombras de musgo en torno al Niño, aprisionándolo en una fiesta que nos recuerda la infancia, los recuerdos contados junto a un camino de luces. Hoy lo piensas y te preguntas: ¿Dónde están y para qué sirvieron aquellos pesebres? Aquel Niño al hacerse mayor, dejó su casa y su pueblo. Inútil esconderlo: también nosotros hubiéramos preferido un Dios de barro como los viejos ídolos, ante el cual rezar, bailar, imprecar, soñar, volver a empezar. Un Dios para exponerlo en la iglesia para la colecta de los donativos, con el que dar un nombre a un equipo de fútbol, o sacar a relucir en toda ocasión: política, religiosa, pastoral. Un Dios versión “huevo Kinder”, magdalena “La bella Easo” o miel “de la Granja San Francisco”.
 
Me parece verlos: con la imagen fija de aquel cielo, vuelven a Jerusalén y están siempre en el templo. Parecen atontados, dormidos en una fábula prolongada poco más de 36 meses y pocas horas. ¡Qué hermoso! Sería la Iglesia que tantos soñarían: una Iglesia que contempla las nubes, que no molesta a nadie, que se ocupa de las cosas del alma. Una Iglesia recluida en la sacristía, que cultiva las flores en el jardín. Una Iglesia que te ayuda a dormir, que te da seguridades, que atonta, que duerme en el centro del barrio. La tentación de los apóstoles es la de empantanarse en los recuerdos, en las nostalgias, en la añoranza por lo que fue, por lo que hubiera podido ser, por lo que nunca fue. Vivir melancólicamente, comer los recuerdos del pasado hasta explotar, beber el agua de la morriña hasta sentir la panza llena, coleccionar los cromos de un pasado en que todo era más fácil, más fascinante, menos complicado. Cristo es tajante: volved en seguida a la ciudad. A Jerusalén: entre las risas, las burlas, las maldades de quien está pasándoselo bien. Quedaos allí, hasta que irrumpa el Espíritu Santo y os empuje a salir, a anunciar, a predicar al precio de una muerte segura, prometida, cierta
 

Y ellos, discípulos atemorizados, dispuestos a una pregunta directa: ¿Cuándo sucederá todo esto? ¡Avísanos con tiempo! ¡Tenemos miedo! El hombre es siempre el mismo. De entrada, prisa, impaciencia, orgullo de estar entre los que asisten al estreno de la solución final. Ansia de ver resultados, manía por los primeros puestos, instinto de éxito inmediato. Como en casa: rápido, “sí señor”. ¿Quieres una contrapartida? El domingo sucede eso: Cristo te lleva a un lugar a solas, te da instrucciones, después te invita a salir “escoltado” por el Espíritu Santo. Pero te das cuenta: tendremos un día entero para estar con Él: el domingo. No es únicamente la misa. Reposar la mente, dilatar el tiempo, respetar el descanso dominical es ley divina. Hasta el punto que pagarás aquí todo el tiempo que no has usado para descansar. Dios no bromea: te obliga a reposar para poder hacer aquello que entre semana no puedes hacer. El domingo es hacer gratis las cosas que nadie te pide, te impone, te paga: estar con los amigos, visitar un enfermo, estar con la familia sin reloj, organizar una partida de cartas, un paseo. ¿Y en cambio? Todos al mar en verano, a la montaña en invierno. Al futbol, por la autopista, al torneo, de rebajas. Y la  cosa más absurda: juventud que duerme hasta las 5 de la tarde porque volvieron a las 9 de la mañana de la discoteca, como zombis, idiotizados por el ruido, las luces, el sueño, las drogas, el cansancio. 
 
De esta manera lo perdieron de vista: ayer ellos, hoy nosotros. Porque no comprendieron que lo suyo fue una broma: subir a los cielos para esconderse en cualquier lado aquí en la tierra. Bastaba bajar, abandonar la capillita construida en el monte y arriesgar. Bastaba eso y lo habrían encontrado en los brezos barridos por el viento, en los graneros desconocidos convertidos en improvisadas posadas, en las crestas de las montañas, debajo de la cama o sobre los tejados de la ciudad, en la inmundicia de una cárcel. En los ojos de la gente. Y fue así que entre los hombres la Ascensión se convirtió en tristeza.
 
Y la catequista pudo dormir sueños tranquilos porque tantos la creyeron. 

Semana del 2 al 8 de junio

 

Dena

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 21:00 horas.

Lunes: A las 20:00 Reunión de los colaboradores de la fiesta del Santísimo Sacramento, y de todos los que quieran participar.

Martes: Misa a la Virgen a intención de un devoto.

Miércoles: Misa por Chico do Forcado, hijo José Manuel y difuntos do "curato".

Jueves: A Santa Lucía y a San Antonio a intención de Dolores Argibay Valladares.

Viernes: Misa por los participantes.

Sábado: Misa por los participantes.

Domingo: A las 9:00 Misa por la Parroquia. A las 12:00 por las Obligaciones del Celebrante.

 

Villalonga

Intenciones de las Eucaristías. Durante la semana a las 20:00 horas.

Martes: Por Herminia Castro Pérez y Pedro García Souto.

Jueves: Misa por Carmen a Paparola. Casimiro Méndez Carballa.

Sábado: A las 11:30 primer Aniversario de María Bugallo Camiña. A las 20:00 Misa por María Esther Pérez González. Francisco Germán Castro Álvarez, de Gondariño. Manuel Albino García Camiña, do Cruceiro. Ernesto Barreiro Mouriño. A San Judas Tadeo, una devota. Claudio Enríquez, do Vilar. Silveria Buezas Pérez.

Domingo: A las 11:00 Misa por Ana Troncoso Poceiro. Dolores Torres Lores y esposo Amancio. Luis Pita Vidal. Juan Torres Dopazo, das Pedreiras y sus padres.

domingo, 25 de mayo de 2025

PITIDOS Y FIASCOS: ¡SON UNA DECEPCIÓN!

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Una historia que resulta imposible no comprender. Aunque sucedida hace casi veinte siglos, conserva una sorprendente actualidad. 
 
Hubo algunos que venían de Judea que daban a entender que habían recibido un encargo preciso, que sin embargo nadie les había confiado. Un encargo para hacer aceptar las propias ideas más bien mezquinas. Un encargo que pretendía imponer como necesarias algunas prácticas de las que el Evangelio no se había jamás ocupado. Debió representar una ingente tarea para aquellos dos embajadores, Pablo de Tarso y Bernabé, el poder contrarrestar aquellas maniobras retorcidas. Pensad que el cristianismo estaba dando los primeros pasos y ya la pequeñísima comunidad cristiana demuestra una enorme capacidad de elegancia y precisión al tratar las cuestiones. Es un momento dramático. Si entre ellos no florece la armonía, si deciden rendirse, la Iglesia no empezará la singladura. Quizás resonó en sus mentes el eco de aquella pregunta inquietante de Jesús: “¿También vosotros queréis marcharos?
 
Y Pedro, el discípulo canalla de la increíble intuición, fijó los ojos en Jesús y le susurró: ¿Señor, a quién iremos? ¡Sólo Tú tienes palabras de vida eterna!” Señor, tus palabras dan una vida que te llena para siempre, no tenemos que seguir a ninguno más allá de Ti. Los otros discípulos notan el sudor bajar por la frente. Pedro ha interpretado bien el sentir común. Y hoy no se apela a los tribunales competentes, sino que en la ciudad de Antioquía y de Jerusalén se compara, se escucha, se decide entre todos: “se decidió que Pablo y Bernabé y algunos otros entre ellos fuesen a Jerusalén” ¿Te imaginas a Santiago, obispo de la Iglesia Madre de Jerusalén, iniciando el primer concilio para ayudar al cristianismo a empezar a caminar? ¿Te imaginas la dulzura, la dimensión de autoridad, la preocupación de aquellos primeros enamorados de Cristo que intentan todos que en el camino nadie se pierda? ¿Te imaginas los primeros dimes y diretes, las primeras envidias, los primeros celos entre los apóstoles en las tierras a evangelizar, sobre la diversidad de los carismas, sobre la modalidad con la que enamorar a la gente hablando del Señor Jesús?  Sin embargo es importante que den en el blanco.
 
Iglesia envuelta en los vendajes del Espíritu Santo, acariciada por el soplo de la eternidad, llamada a jugar como titular y protagonista el partido de la historia humana. No tiene que haber miedo en el corazón de Felipe y de sus compañeros de aventura que sobrepasan los confines de Samaria, tierra de infieles, cismáticos y traidores. Aquella mujer de Samaria, conquistada espléndidamente por el Hombre de Nazaret en el brocal de un pozo en un caluroso mediodía todo hebreo, es la esperanza de un futuro rico de siembra por la palabra de su Maestro. ¡Basta dibujar confines, plantar vallas, trazar fronteras! 
 
 
 
¡Tendréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá a vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria hasta los confines del orbe! He aquí el poder del Espíritu Santo que la Escritura compara con el viento. Porque el viento evita que el agua se estanque y se pudra. El viento modela la montaña, la roca, el mármol, los rostros. El viento que transporta en su brisa el polen, colabora llevando adelante la vida. El viento bate, eleva las cosas. Al viento no lo puedes agarrar ni modelar. Así es el Espíritu: es misterio, profundo e insondable misterio, que se deja anudar en el manto del silencio. “Si me amáis, observaréis mis mandamientos”. Aquel Maestro tan exigente no pide signos extraordinarios a los discípulos, les suplica elegancia en sus vidas, refinamiento en sus miradas, finura en sus gestos. Sólo así lograrán responder a los desafíos de un mundo que les interroga, les atormenta, los empuja a exponerse, les invita a salir de sus propias iglesias para vivir en los senderos del hombre. Una primera Iglesia de frontera, aquella primitiva.
 
 
 
Conocí a un sacerdote, párroco en el sur de Italia, que fue asesinado cuando se disponía a celebrar la santa misa, porque había osado denunciar la corrupción y las ilegalidades en su tierra. Quien disparó lo hizo en la sacristía para recordarle que una Iglesia que no molesta no tiene nada por lo que preocuparse. Pero se convierte en una Iglesia que no exhala el perfume de aquel fascinante misterio que circunda a su Maestro.
 
¡Es bien raro tu Evangelio, Señor! Un libro completamente diferente a los otros. Guarda sorpresas brutales. Y cuanto más lo leemos, más intranquilos nos sentimos. Un estudiante que haya profundizado en un determinado tratado, va seguro al examen. En cambio quien conoce el Evangelio, acaba perdiendo las seguridades. Sólo quine lo ignora puede mostrar una cierta seguridad. El estudio de los libros humanos te procura el aprobado. El estudio del Evangelio te regala el suspenso. Como hoy, Señor. Me sentía en paz y descubro que estoy en paz. Pero en la paz de Satanás. Es decir: me he equivocado en todo. Señor, perdóname. ¡Perdona a mi cabeza que no se entera ni entiende nada!