viernes, 30 de marzo de 2012

Esto es mi cuerpo que se entrega



Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre derramada por vosotros. A lo largo de toda su vida terrenal Jesús consumió de ese pan y de ese vino que convirtió luego en su ser, humano y divino a la vez; un ser al servicio de sus hermanos, una existencia vivida por nosotros.

Y he aquí que el Cuerpo que nos entrega en la Cena es realmente el Pan que vivifica nuestra existencia, y la Sangre que derrama en la Cruz es realmente la savia de nuestra vida en profunda Alianza con Dios.

He aquí el Cuerpo y la Sangre –son nuestro alimento y nuestra vida- de aquel que, según expresión de San Pablo, para identificarse con nosotros se despojó totalmente de sí mismo. Habiéndose dado totalmente, Jesús se convierte realmente en el pan de los creen en Él. Su deseo de celebrar la Pascua con nosotros, en nuestra Tierra, fue un deseo ardiente, al que podemos acceder al comulgar su Cuerpo.

Es así como Él, sacerdote eterno, nos abre a la perspectiva de la Pascua definitiva al mismo tiempo que hace posible ese instante eterno en el que, en el Reinado de Dios, comerá y beberá con sus discípulos.

El primer Viernes Santo de la historia ya pasó, y el Jesús que lo padeció está en un eterno Domingo de Resurrección. Pero millones de miembros de su Cuerpo social están en permanente viacrucis y calvario, pasión y muerte. Y si no podemos reparar las llagas abiertas del Jesús histórico, cerradas para siempre, sí podemos y debemos reparar las llagas dolorosas del Cristo social, abiertas por la injusticia, el egoísmo, la avaricia, la desigualdad lacerante entre los ricos epulones y los pobres Lázaros.

Tenemos un acho campo para la reparación del Cuerpo / Humanidad del Cristo actual, hecho añicos de mil formas materiales y espirituales: soledad dolor, enfermedad, depresión, hambre, sed, intemperie, cárcel, esclavitud, violencia, paro, indiferencia, desamor, odio, marginación, pecado (la máxima ruptura interior de la conciencia).

Fue el Beato Juan Pablo II quien definió la reparación como amor a Dios y al prójimo: Así –y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador-, sobre las ruinas del odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo.

Reflexión del Rvdo. D. Andrés López Calvo. 

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